30 may 2013

El extraño invitado, de Max Solarius




(...) "Mi modesta opinión al respecto, herr Adrian", dijo el Doktor Faustus, "es que la Historia no existe. Al menos no existe en singular y probablemente tampoco en mayúscula. Que la historia es un vivir cotidiano no le cabe duda ni al más humilde de los siervos de nuestros imperios. Que la historia es innombrable tampoco resulta nuevo para cualquier observador sincero de lo que nos rodea en estos tiempos." 

Herr Adrian apuró su copa de exquisito y dulce Beerenauslese de la variedad Riesling y le inquirió: "¿Usted no cree entonces en la existencia de la historia como disciplina ni como método de análisis?" Nuestro preclaro visitante saboreó el vino paralelamente a sus palabras. "Por supuesto que me resulta difícil de aceptar algo que suponga más que una mera relación de acontecimientos, por muy complejos y farragosos que estos sean, pero no deberíamos desdeñar el valor ilustrativo de lo que suele narrarse como si hubiera acontecido."

Como quiera que a Herr Adrian no le resultaran convincentes estas aseveraciones pidió a Doktor Faustus que se explicara con más claridad."Mi querido Herr Adrian, la historia es un invento perpetuo en el transcurso de las relaciones humanas. Nada de lo que se cuenta desde los tiempos más remotos ha tenido lugar. Cuando no existían documentos las fuerzas oscuras de la humanidad o, si lo prefiere, de sus sociedades hacían circular versiones del pasado con arreglo a sus necesidades de justificar y preservar la perdurabilidad de esos poderes secretos. Desde que los testimonios escritos abundan y redundan en exceso solo sirven para fabricar textos que se vendan con facilidad para entretenimiento de las gentes carentes de imaginación. De la oralidad dominadora hemos pasado a la escritura manipulada. A veces conviene dudar hasta de los nombres. Convénzase: nada ha sucedido que merezca la pena constatarse como historia. Ésta nace para activar la industria de las artes gráficas y consolar a nuestras modestas clases medias que todo lo quieren saber sin que nada puedan procurar y menos prosperar."


(De El extraño invitado, supuestamente escrito por Max Solarius, y editado en 1848 en Prag)





25 may 2013

La caligrafía de los dedos




Estoy ante esta mujer y tengo la sensación de presenciar la preparación de los ejercicios de una malabarista. ¿Preparación? No. Ella ya ha agitado las bolas. Ha pasado a otro oficio. Ya caigo, ha terminado la sesión de sombras chinescas y sus dedos largos, afilados y retorcidos descansan. Descansan en apariencia. Más bien están en plena ebullición de una lengua de signos inmóvil. ¿Quién está a este lado interpretándola? Hago abstracción de un rostro duro, severo, cuya mirada aguda y profunda puede hacer quebrar al observador. Sus manos no son manos. ¡Ya está! Pura caligrafía japonesa. Hay un deje taoísta en la articulación de esas letras que dicen. Habla poco y expresa todo, he traducido no sin cierta dificultad. El poder de la expresión está ahí. Medio, mensaje, caligrafía. Maestra de lenguajes plásticos, Georgia O'Keeffe, sin pestañear ni un instante, acaba de tomar las medidas de mi torturado rostro para convertirlo en la espiral de un caracol o en los estambres y pistilo de una flor. 


20 may 2013

El combate de los ciegos, de Alessandro Pitti




"Fuese o no el primer combate a muerte el de los dos hermanos del Génesis, la lucha en sí no hacía peor al malo como tampoco salvaba al bueno. Dice la leyenda del Libro que la causa fue la envidia. Que uno de los dos hermanos no podía soportar la consideración que tenía el padre con el otro hermano. Pero hay otras leyendas que sin tanto éxito derivan en argumentos razonables. Una cuenta que se empezaron a odiar por la posesión de la tierra. Otra que debían dirimir la gobernación de un territorio que empezaba a ser más rico y superior a otros. Otra narración hace hincapié en que optaban al acceso de  una mujer. Fuera la razón que fuera, las leyendas parecen insistir en la lucha por la propiedad, donde ni el cielo ni la tierra ni la expansión ni el otro género estaban libres de la avaricia y la posesión del patriarcado que se avecinaba".

De esta forma sitúa en su prólogo el divulgador e investigador de mitos Alessandro Pitti su obra El combate de los ciegos. Bajo una forma de narración a la antigua usanza, se van aportando diversas tradiciones orales sobre el origen de la violencia en el mundo. Lo que el Génesis presenta como un texto cerrado donde el mal es anterior al primer enfrentamiento entre hermanos, lo cual justificaría todas las desgracias que acarrean a los hombres por su desobediencia al Superior, en otras historias que han permanecido menos conocidas se insiste en el afán innato de la propia naturaleza de la especie que se va auto erigiendo en dominante. En la presunción por su dominio, en los oscuros orígenes del acceso al reparto de los bienes más primarios o simplemente en la reacción ante el azar que la brutalidad de los elementos de la naturaleza desencadenaron, se encuentran varios de los enfoques que corrían por zonas del próximo Oriente o del Creciente Fértil desde los tiempos del Neolítico, pero principalmente arraigados con la consolidación de las primeras sociedades urbanas.

Tema complejo y discutible, Alessandro Pitti sabe de sobra que los elementos de las primeras violencias humanas no pueden aclararse tanto con análisis históricos o antropológicos como en el desarrollo de nuevas disciplinas que estudien las conductas de la naturaleza humana. No obstante, se recrea en la recolección de diferentes versiones y en una parte del libro se centra en lo que supuso la mujer como objeto de disputa. "¿Cómo es posible  -se pregunta el autor-  que siendo considerada como agente fundamental de la fecundidad humana, pasara la mujer a ser tenida por objeto de intercambio, de pugna o simplemente de desplazamiento de otras funciones?" Y él mismo se responde: "Tal vez los hombres necesitaban el enfrentamiento como forma de cortejo. Selección de las especies a través de la eliminación del adversario. La mujer vería con buenos ojos al más fuerte, al que le proporcionara seguridad y garantizase la manutención del clan familiar. Pero esto podría producirse ya antes de las ciudades, en largas épocas del nomadismo y de los cazadores recolectores. Pensemos que en aquellos orígenes la mentalidad humana residía en la supervivencia y el mecanismo biológico dictaba las normas. Los lectores se preguntarán: ¿Y el amor? El amor es un invento tardío, que incluso no está clarificado y la organización social moderna considera secundario".

Particularmente pienso que el profesor Pitti se hace un lío cuando emite opiniones poco fundamentadas, pero por la belleza imaginativa de su desarrollo novelesco se pueden perdonar las confusiones, las faltas de rigor científico y las dudas no resueltas. El libro aparecerá en julio en la editorial El hijo de Caín, y en el mismo se mostrarán fotografías de cuadros que representan la violencia primitiva entre los hombres. Como el cuadro que reproducimos aquí del simbolista alemán Franz von Sturck titulado La lucha.




17 may 2013

EpiKuro
























K. dice:
"¿Qué es olvido? Carecer de experiencia.
¿Qué es memoria? Construir los acontecimientos".




(Imagen cedida por Marváz)


12 may 2013

La ciudad de la saudade, de Joaquim de Oliveira Queiroz




"(...) El ferrocarril que les había trasladado a través de las alturas de vides, esas espléndidas terrazas que siguen el curso del Douro, se había detenido en diversos pueblos del país profundo y apacible. Él pensó: de venir solo hubiera hecho noche en cada lugar, demorando el viaje porque no tengo meta. Ella no expresó nada, pero con su inquietud manifestaba sus ganas de llegar cuanto antes a una población importante. Aunque no supiera luego para qué tal urgencia. Al final recalaron en la ciudad de la nostalgia ya cuando ni ellos ni la ciudad eran lo que habían sido en el pasado. 

- ¿No crees que los hombres tienen mucho de ciudades?, comentó Albert a su acompañante mientras paseaban en dirección al gran río.

- Supongo que sí, respondió Neus.

- ¿Pero en qué sentido lo crees?, insistió Albert. 

Ella apenas escuchaba. Contemplaba la caída del plano inclinado de aquellas calles empedradas, las aristas de los edificios de envergadura y no obstante abandonados, el tránsito reducido de viandantes que solo pretendían sobrevivir. Pararon ante un puesto de prensa. Albert compró el diario y preguntó al quiosquero por la dirección de cierto museo moderno. El quiosquero le dio razón con suma amabilidad:

-Si quieren andar, es cosa de salir pronto. No tienen necesidad de pasar por las playas pero va en aquel sentido. Si prefieren llegar cuanto antes, tomen la línea 5. Yo siempre que voy lo hago andando. Me gusta respirar el tiempo, que es más sano que el aire.  

- ¿Suele ir con frecuencia a la Fundación?, preguntó intrigado Albert.

- No, no puedo hacerlo siempre que tengo ganas. La prensa, el público, hay que comer, ya sabe. Pero a veces me entra la saudade de pasear bajo aquellas alamedas y pararme en alguno de sus parterres a leer algo que no me hable de este mundo. O que me hable de este mundo sin actualidad. Porque, ¿sabe usted? Todo se viene repitiendo desde antiguamente. Y ni siquiera las caras me dicen mucho. Frescura en los jóvenes, extrañeza en loa adultos, resignación en los viejos. Este país no cambia nunca.  

A Albert le hubiera apetecido en aquel momento decirle al vendedor de diarios que viniera con ellos. Que él necesitaba también inhalar el tiempo y disfrutar de una compañía inteligente, que no estuviera agotada por el compromiso. Entonces Neus, sin haber interpretado los pensamientos de él, dijo:

- Vete tú solo, yo estoy cansada. Comeré algo por mi cuenta y luego pararé en el hotel. 

Él simuló sorpresa, pero agradeció el gesto. El calor del mediodía que se aproximaba se hacía notar. 

- Iré andando, tal como me ha dicho ese hombre. Prefiero disfrutar del paseo y tengo todo el día para ver lo que haya expuesto en el museo. Acaso una vez allí ni siquiera entre y me limite a recorrer la fronda de la que me ha hablado.

Aquella noche, Albert no apareció por el hotel. Neus tampoco lo lamentó. Son tan diferentes nuestros paisajes interiores... pensó ella, no sin cierta melancolía."   


La ciudad de la saudade, de Joaquim de Oliveira Queiroz, verá la luz la próxima semana en Ediciones Cunhas, de Porto.






6 may 2013

Otro fragmento de Eleanora, Eleanora




"(...) Temía tanto la mirada de Eleanora. Parecía mirar y no mirar. Fuera cual fuese el objeto de su mirada, convertía su rostro en un arma inexpugnable. Nada que ver con la altivez severa o la melosidad aparente o el intento de entrar hasta tus compartimentos estancos con que otras mujeres se enfrentan a ti. Eleanora miraba como si no lo hiciera. La posición de sus ojos divergía, ninguno de los dos se asentaba en tu presencia. Esa natural condición de llegar dentro de uno sin manifestar sus intenciones me daba miedo. Justo en ese instante yo bajaba la guardia. Y la sensación de que su rostro se distanciaba y de que tal aproximación se tornaba opaca, producía en mí un enajenamiento atroz. Veía allí a la serpiente. Me inmovilizaba, desalojaba mis escasas ganas de reaccionar y sacudir su porte, me ponía a sus pies. Luego sí. Cuando había logrado mi silencio mantenía mi mirada y yo sentía que un hierro rusiente iba entrando hasta mis secretos mejor guardados, los de los sentimientos.

"Devuélveme el rostro que me estás robando", me dijo aquella tarde al comprobar que mi paralización impedía posibles resistencias banales. Pero yo sabía que ella había convertido el rescoldo de pequeño hogar que llevaba dentro en un fuego desatado. Estuve callado mucho tiempo y ella mantuvo un equilibrado gesto. "Tu rostro me está quemando", le respondí al fin, aventurando una expresión audaz. Y ella me la devolvió en cuarto creciente: "¿Qué te hace pensar que dentro de mí te espera una zarza ardiente?"



 


(Las imágenes corresponden a películas de Maya Deren)


3 may 2013

Fragmento de Eleanora, Eleanora (Memorias de Vania Werbvoski)




(...) De todas las imágenes que conservo de Eleanora, y son muchas y sumamente intensas, hay una que me proporciona todavía un significado especial e hipnótico. Ella solía esperar todas las tardes mi llegada para el ensayo en el umbral de la casa donde vivía a orilla del riachuelo que da al afluente que desemboca en uno superior que acaba a su vez en el Hudson. Aquel día hacía ventolera, el cielo se hallaba encapotado y la hierba olía a la irresistible seducción de la lluvia de finales de verano. 

Me bajé del viejo buick del 47 y recorrí el camino corto que hay hasta la entrada. Eleanora no se hallaba abajo; miré sorprendido y a la vez preocupado. Ella era tan alegre, pero yo sabía que, no obstante, podía alterar el humor en cosa de unos instantes. A veces simulaba entrar en un nuevo cuadro de un acto añadido de alguna de las obras que le gustaba interpretar en su fantasía. De pronto alcé la vista y la vi tras el cristal de una ventana, incorporada al paisaje. Tan pronto su imagen se retraía como se proyectaba hacia el exterior. Sus cabellos se confundían con el ramaje de los viejos abetos que plantó la municipalidad allá a finales de siglo. De pronto permaneció detenida. Ella advirtió mi presencia y su mirada me paralizó, no obstante la distancia.Aquella pose, la representación de una mujer naciendo del viento y de la tierra, ungida por la lluvia que lentamente empezaba a fluir, la fragilidad de sus manos, apenas tanteando el vidrio, la conferían un aspecto de diosa evanescente. Permanecí hincado al suelo, mientras el aguacero se dejaba notar. No hizo nada por advertirme. Ambos nos observamos, yo deslumbrado, ella ausente. Yo, empapado, Eleanora atándome y condenándome a una nueva modalidad de suicidio amoroso.

Tiempo después me confesaría que aquella tarde me había puesto a prueba. "No, Vania, no te seducía, solo ensayaba", me dijo en un tono natural que yo interpreté molesto, pero que enseguida me produjo una risa sana. Le contesté: "No lo hubiera creído, Eleanora, estabas tan salvaje, tan transformada en diosa, que no pensé por un momento que fuera un papel." Pero Eleanora no callaba fácilmente. "¿Por qué tenéis que creer enseguida los hombres que cuando una mujer os mira es que se os está entregando? ¿No pensáis nunca que tal vez estamos entrando en vuestra desordenada casa, atravesamos vuestras estancias, descolocamos vuestros muebles y salimos dejando abiertas las puertas de par en par?"




(En la imagen, Maya Deren)