18 ene 2014

La conversión del monstruo, de Andresz Cselowic





"Desde lo más alto de la ladera la vio dormir boca abajo. La contempló largo rato y se extasió con tal enunciación de la belleza. No le decía aquella imagen nada más, pero le estaba diciendo todo. No sintió otra llamada sino la de una dulce abstracción. Él, el monstruo que había sido, moría en la mirada sobre la mujer del sueño. No había ansia dentro de él, ni deseo, ni le reclamaba embestida alguna. Se sintió raro y hubiera querido contemplarse en el cielo para saber si seguía siendo como era hasta entonces. 

Un impulso de bondad le hizo descender hasta la dormida. Sin hacer ruido, sin ánimo de perturbar aquel sueño, intrigado por la presencia insólita de quien se atreve a entrar en sus territorios. Merodeó sin acercarse demasiado. Lo justo para percibir una respiración cuyo ritmo le traspasaba. Los movimientos de la mujer al cambiar de posición eran pausados, sus estiramientos leves.

Empezó a dejarse notar la brisa de la pronta mañana. Hubiera querido dotarla de calor, evitar que aquella espalda se convirtiera en parte del rocío gélido. La tomó entre sus manos y un estremecimiento salvífico le embargó. Qué queda en mí del monstruo que soy, pensó contradictoriamente. En el roce liviano de la piel de la aparecida presintió la marca fría del amanecer. Cómo protegerla sin causarle daño. Pensó en arrancar unas briznas de hierba y taparla con ellas. Pero añadiría frialdad sobre frialdad. Pensó en cubrirla con arena, pero aquella piel no se merecía el humus barroso. Suspiró entregado a su preocupación. Aquel suspiro le dio la clave. Tomó aire y expulsó una bocanada larga de aliento cálido. Sintió que aquel cuerpo diminuto se expandía, adquiría un tono menos vidrioso. Hasta le pareció escuchar una palabra insignificante de agradecimiento emitida desde la ingravidez de la durmiente. Luego el monstruo colocó encima la otra palma de manera cóncava como tejado de la casa que construía para ella con las manos. La dejó habitar. Fue en ese instante cuando el ser abominable, temor de todos los habitantes de la comarca, se dio cuenta del poder de la belleza. Algo palideció en su interior. Fue poseído por una rendición en la que no se reconocía, pero que le agradaba. Permaneció sentado en el fondo del valle, esperando la calidez del día."

La conversión del monstruo, de Andresz Cselowic, será publicado próximamente en la colección Historia de monstruos y otros seres deformes, perteneciente a la editorial Transmundos.



12 ene 2014

Cuando los titanes cayeron




"...Creo, por lo tanto, mi querida señora, que sabrá apreciar como nadie los pequeños defectos de mi obra. Sabidos son los límites a los que debe atenerse el artista y los recursos de los que el mismo dispone. Si la capacidad creativa tiene que ceder en una pequeña proporción para salvaguardar la buena contribución de nuestros generosos mecenas, que así sea. Estos tampoco han querido quedar en entredicho con la alta clerecía y las ideas morales de nuestro tiempo. Asunto que a ambos nos importa poco, mas su bondad sabe, mi estimada señora, que yo no me debo sólo a la gratificación que me proporciona su condescendiente amor sino también a mi modesta condición de artista a sueldo. La Teogonía de Hesiodo fue nuestra referencia fundamental y la intención queda interpretada sobradamente. La ira del iracundo Zeus ha sido reflejada a través de esos cuerpos que van descendiendo, cual meteoritos del universo exterior, hasta el profundo Tártaro. La potencia de tan esbelta musculosidad de los titanes es castigada y así lo representa el accidente mismo. De nada sirven las súplicas y la perplejidad de los rostros de estos desgraciados, marcados por el destino hasta herir su propia condición viril. En este sentido, esas pequeñas limitaciones de que le hablaba, y que se perciben revoloteando cual sobre campos de amapolas, se simulan mejor al encajarlas dentro de una escena de derrota como ésta. Donde no solo pierde la misma colectividad sino que queda en evidencia la potencia individual de la que habían disfrutado antes de que el colérico padre de los dioses los expulsara..." 


(De la carta que el pintor Cornelis Cornelisz van Harlem dirigió a su amante, la Duquesa de A., a espaldas del Cardenal Bonifatius Clementissimus, anterior benefactor de ambos. El cuadro se titula, y no por casualidad, La caída de los Titanes)