27 ago 2017

La periodista, novela de Viktoriya Stinechko




"Fue tras terminar de desayunar, mientras se limpiaba los dientes, cuando Erika Amundsen entró en un extraño estado. La pasta dentífrica le escurría de los labios, la mirada permanecía ausente, su mano sujetaba por inercia el cepillo y aquella desnudez inocente permanecía inalterada a pesar de la ventana abierta al aire de invierno. De pronto, su cuerpo se tornó más claro, los cabellos se poblaron de un color níveo y al contemplarse en el espejo le pareció que los ojos perdían su tono verdoso para acabar siendo impreciso." El principio de La periodista, novela corta de Viktoriya Stinechko con la que ganó el Active Woman Award que cada dos años conceden en el municipio de Fristaden Christiania, recuerda otra novela clásica de cierto escritor de Praga. ¿Es por ello una copia lineal de la obra más citada de F.K.? No, aunque la idea que persigue a su autora siga el modelo del praguense, si bien ¿es que acaso es malo seguir los modelos de lo que merece la pena y más si resulta magistral?

La periodista es la historia de Erika Amundsen, veterana modelo reconvertida en periodista free lance , en parte por hastío de su trabajo, en parte para desarrollar su primitiva vocación, espoleada ahora por cuanto ha visto entre los entresijos más oscuros de las profesionales de la moda. Pero es precisamente ese conocimiento que tiene lo que va a hacer que se le valore en los ambientes periodísticos, con la contrapartida de que suscitará profundos enconos, cuando no odios, entre los poderes que mueven dinero e influencias. Porque Erika Amundsen no se limita a descripciones formales o a recrear situaciones y ámbitos cuando narra desde sus artículos las presiones, padecimientos y mentiras sufridas por las chicas, sino que fiel a su sensibilidad tras largos años de tener que pasar por todo decide vengarse con una labor crítica constante y sumamente mordaz.Y ahí es donde se dispara el interés de la novela. El cerco al que se ve sometida por su espíritu de denuncia, las trampas que pone la mano negra para desacreditarla o las amenazas abiertas que recibe van a poner a prueba su valor y su inteligencia, así como la capacidad de sus amigos para arroparla o para huir de ella.

"Erika Amundsen no dejaba de lado en sus artículos ni a antiguos jefes incompetentes ni a oscuros intermediarios oportunistas que pretendía aprovecharse de ella para otros fines ni a frágiles políticos municipales que buscaban escalar en nombre de la ciudad. Había decidido que su pluma no podía andar con contemplaciones ni ceder a los temores que pretendían infundir en ella aquellos detentadores de poder que hoy tienen la silla asegurada y mañana se ven abocados al vacío. Ella había visto lo que había visto, conocía los vínculos que negocios tramposos y empleados corruptos establecían entre sí para aprovecharse de los más débiles. Y en aquella circunstancia, el ambiente laboral de las modelos no era sino un eslabón más de un descarado funcionamiento de empresas turbias a las que no salvaba ni el dinero de la inversión, nada limpio, ni el supuesto prestigio que decían, a través de sus medios de prensa comprados, que aportaban a la sociedad".

Esa claridad de conciencia de la protagonista es la que le va a originar un dilema serio que se le ha planteado a muchas personas en distintas actividades y tesituras. Si sigue adelante al escribir crónicas cada vez más ácidas y persevera en su información más exhaustiva, su vida corre un peligro decisivo. Es la ausencia de ruido la que le espanta, y ahí la protagonista teme lo que no se ve.

"Los mensajes de advertencia que Erika recibía apenas eran percibidos por nadie. No había llamadas explícitas de amenaza, sino maneras indirectas. Un pequeño anuncio en cierto periódico local cuyo significado solo podía captar la mujer, la mirada permanente y fija de un individuo desde otra mesa durante una comida de ella con amigos o simplemente tratar de coger un taxi libre y que éste no parara. Detalles que otra persona consideraría casuales, pero en los que ella veía una intención oscura. ¿O todo consistía en una paranoia que trastornaba su equilibrio y construía una realidad paralela pero falsa?"

La fluidez con la que está escrita la novela por parte de Viktorya Stinechko  no significa que desarrolle un tema liviano, sino que la autora pretende que el lector tenga facilidad para acceder a los problemas hondos que ella desea transmitir. La periodista sale a la venta el próximo mes, editada por Complaint books.

  

(Fotografía de Jean-François Jonvelle)



21 ago 2017

La lección de billar de Julius Henry Marx




"Julius Henry Marx solía jugar cada tarde al billar con su hija M. Fíjate cómo pongo las bolas y las hago desaparecer una tras otra, le decía. Esto también es magia. Pero M., en lugar de mirar el tapete de la mesa y el movimiento de su padre con la baqueta, solo le miraba a él. Julius Henry Marx, que era un consumado jugador, hacía no obstante trampas con la niña, aparentando ser poco más que un torpe aprendiz. Y aprovechaba el momento para la consabida lección moral con su retoño. Haz en esta vida todas las trampas que puedas, le dijo un día a M., si quieres llegar muy arriba; por supuesto, no me lo aplico a mí mismo, no he querido llegar nunca muy alto, me da vértigo subirme a una banqueta. Entonces M. se reía descaradamente. A veces ni siquiera era necesario que el consumado padre e incipiente jugador, ¿o era al revés?, pronunciase palabra alguna. M. miraba su concentración, observaba su exagerado estilo y prefería estar más pendiente de una de las frases ingeniosas y subversivas de su padre. No me mires de esa manera que me conquistas, decía Julius Henry Marx a la pequeña. Así empezaron todas las mujeres de mi vida y me abandonaron. Pero papá, saltaba M., ¿cómo te iban a abandonar si se casaron contigo? Julius Henry no vacilaba. Ah, pequeña, el matrimonio es la forma más fácil de que se olviden pronto de ti. Como no acabara de entenderlo, la niña insistía. Entonces, papá, ¿es por eso que mis hermanos y yo estamos aquí? ¿Para recordarte que no estás solo? Julius Henry, que reía más por dentro que por fuera o dejaba que los demás rieran por él, estalló en una estruendosa carcajada. Ya se encarga siempre vuestra madre de hacerse notar, sobre todo cuando os persigue por la casa a gritos y me dice que no hago nada para que no seáis tan revoltosos.

Decididamente M. fue de mayor una pésima jugadora de billar. Nunca me enseñó bien mi padre a jugar, o yo no estuve atenta, comentó a un periodista del The pool journal; pero aprendí a reír con una caracterización tan natural que era siempre la primera de la clase en esa materia. Metía todas las bolas de la risa, hasta conseguir de los compañeros el título de diplomada, confesó a la prensa"


Del libro Memorias apócrifas de la familia M.



(Fotografía de Gene Lester/Getty)