30 sept 2016

El niño que no quiso hacerse mayor, de Ekaitz Hansen




"¿Que cambie la foto del perfil de mi móvil? ¿Eso dices? Pero no, cómo iba a cambiarlo si no he crecido. Han crecido mis órganos. Mi cabeza, mi corazón, mi torso, mis tripas, mi pene, mis nalgas, mis brazos y mis piernas, todo eso y más han crecido. Pero yo no he crecido. El crecimiento de esas partes del cuerpo no me han hecho tener otros rostro ni otra risa ni otro silencio ni otras ganas de vivir la vida sino como niño". Así comienza El niño que no quiso hacerse mayor, novela de Ekaitz Hansen. 

Las primeras páginas parecen recordar al extraordinario relato de Grass, pero no hay aquí un niño Oscar que reacciona contra la familia que se enzarza en discusiones críticas, ni el nazismo que crece en torno, ni el desaliento de un circo en el que no puede estar morando siempre, ambiente que va a acabar engullido por el ascenso del alma destructiva de un país adulto que se corrompe y degrada a otros a medida que crece en poderío. En la novela de Ekaitz Hansen, aunque siga marcando el paso el ámbito de los adultos que entrechocan y se traicionan, lo que prima es un hálito sensorial, las raíces "que no deben abandonarse porque se puede crecer hacia afuera pero también hacia lo profundo de la tierra que somos cada individuo", dice el protagonista Zigor Gorria. El ensueño del autor en inventarse un submundo en el que el individuo se desarrolla, crezca o no crezca, paraliza la superficie donde los hombres se definen con formas y normas, pero sin calor humano. "Bajo la tierra encuentras la comunicación que te falta allá arriba. Encuentras las sensaciones reales y no las ficticias, encuentras el diálogo con los ancestros y con la materia. Si creces en dirección subterránea no te hundes sino que te agitas buscando orígenes y una capacidad de comprensión que solo la vegetación o las corrientes húmedas o el mineral que late y se abre para acogerte es capaz de satisfacer tu sed natural de vida". Zigor tiene que seguir manteniendo el tipo en la presencia del mundo exterior, pero se muestra anodino e indolente, se rebela, se niega a colaborar con ese conjunto de instituciones y personas que forman un todo único para responder al mandato social. Lo toman por autista, le aplican términos de diagnóstico que ni los mismos psicólogos comprenden, le marginan y a la vez le protegen en la impotencia de quienes no podrán llegar jamás a lo más íntimo de un humano. "Ser humano no es mantener las apariencias, ni cumplir los ciclos de crecimiento, ni adaptarse a las leyes, ni desarrollar los cometidos que la sociedad del trueque y de los imperativos se convierten en dominantes. La impotencia no está en el hombre solitario, la impotencia es la incapacidad de la colectividad para ser más que un ente doblegado, de subsistencia, de fría dureza donde se margina al que ni piensa igual, ni cree de la misma forma, ni acepta como parte de su desarrollo la larga serie de compromisos, obligaciones y tiranías por las que se hace pasar a la mayoría de los nacidos".   

Novela introspectiva áspera, que genera desasosiego. Cuestiona no solo el funcionamiento social sino que plantea la carencia de solución de una manera de vivir donde o te adaptas, y a eso lo llaman vivir, o te dejas llevar  sometido a la incomprensión y a las injusticias. Salvo que, como el protagonista Zigor, halles una entrada al mundo del subsuelo donde acaso todo pueda ser de otra manera. El niño que no quiso hacerse mayor aparecerá en octubre en la editorial Sotobosque.





(Cuadro de Zinaída Yevguénievna Serebriakova)


5 jul 2016

Rouge, una novela anónima del siglo XX




"Cuando Marie Legrand se acostaba cada noche todo parecía indicar que era una novicia entregada a una devoción apasionada. Devota era, apasionada también. Pero sus plegarias no iban dirigidas al cielo". Desde el comienzo de la novela Rouge, una obra anónima, rara, del siglo XX, el lector percibe que no va a estar ante un argumento anodino. Marie, la protagonista, es una mujer que tras la habitual e intensa jornada de actividad necesita dedicar un tiempo para la lectura. Pero no lee diferentes libros, sino uno solo donde ella cree encontrar muchas historias. "Mary Legrand se transfiguraba al abrir cada noche el pequeño libro. Si la noche anterior la historia que había leído le hablaba de un amor inhóspito que la había dejado sobrecogida en la siguiente relectura leía que aquel amor desgraciado no era sino la excusa para que los amantes involucrados se volvieran más exigentes y no tuvieran ocasión de sentir el aburrimiento". 

Cuando el lector sigue con Rouge descubre cómo Marie Legrand va leyendo y escribiendo desde su propia lectura. Escribir es imaginar pero también jugar con las palabras, y en este sentido la protagonista narra en su propia mente, sin necesidad de coger un lápiz, un relato dentro de otro o bien los da la vuelta. Sin que tenga prisa por saber si el libro va a acabar alguna vez. Y leer, ¿qué es? ¿No se trata acaso de un ejercicio que crea un espacio que a su vez crea y recrea otros lugares, otros tiempos, otras situaciones? ¿Qué pretende el anónimo autor con esta obra?¿Acaso propone que los libros interesantes, importantes, deben ser leídos nuevamente a lo largo de la vida? ¿Plantea que la visión de lo que se narra en un libro leído a los quince años no va a ser la misma que si se lee a los treinta o a los cincuenta? ¿Dice de modo subliminal que lo que está escrito, tan aparentemente invariable, cambia al ser interpretado, y que la interpretación depende de la evolución del lector? 

Si la edad trae el recuerdo de lo leído, como parte de lo vivido, también trae nuevas perspectivas. La diferencia con las vivencias del pasado es que aquellas no se pueden revivir y el libro puede releerse. Al fin y al cabo, leer más de una vez una narración es poner a prueba nuestro propio deambular por el mundo. Y con ello el continuo cambio de nuestros pensamientos, nuestras aspiraciones, nuestras dudas. Leer es la conciencia de una evolución paralela.

Rouge, este misterioso libro anónimo aparecerá tras el verano en Ediciones Crípticas, en una traducción de Jean González y Lilian Seberg.



(Cuadro de Mary Jane Ansell)



17 abr 2016

Lectoras




Pueden o no creérselo.La solitaria mujer de la terraza no se levantó hasta que terminó de leer el libro. Sus páginas debían estar sumamente entretenidas, pues apenas se distrajo. Tres vermús, unas almendras, un leve despeinado. Ninguna mirada a su entorno. Cortés con el camarero, discreta en su entonación de voz, relajada. Intenté vislumbrar el título del libro. A la distancia a la que yo me encontraba me resultó imposible. Tampoco se trataba de hacer ejercicios de funámbulo. Al fin y al cabo la novela que yo había comenzado la víspera también era apasionante. Se titulaba Memorias de un mirón y, aunque resulte sorprendente, de su autor nada se sabe. Si se ocultó tras el anónimo tendría sus razones. Conjeturas al respecto: se trataba de un clérigo, o de un juez, o de un miembro de la nobleza liquidada por Robespierre. Normalmente me apasionan los libros de autor desconocido. Tienen un toque bíblico, en que los autores permanecen en la sombra porque acaso no todos los autores desean imponerse a su creación. Porque una noche de revueltas algún proscrito culto quiso terminar una historia ficticia antes de ser detenido y acabar sus días en una horrenda prisión insular. 

Tal vez se tratara de un pope desgraciado que al escribir el libro vivió la vida que no le fue dada vivir en la realidad, dijo entonces la mujer lectora cerrando su libro, y dándome a entender que lo había concluido. Ah, ¿conoce usted lo que estoy leyendo?, aventuré. En absoluto, pero he adivinado lo que usted pensaba porque, ¿sabe?, yo misma tengo muchas veces los mismos pensamientos. La mujer lectora no varió su postura, simplemente avanzó su torso hacia mi posición y me ofreció el libro que acaba de terminar. Veo que a usted le quedan también pocas páginas por leer, me dijo, y si quiere puedo cederle el mío. Es muy agradable leer al aire libre en una primavera cálida como la que tenemos. ¿Cómo se titula?, le pregunté. La lectora espiada, me respondió. La mano que sostenía el libro era grácil. La muñeca ejecutaba un giro delicado, como si al manejar un objeto dibujara con precisión un paso de danza. Eso sí, no me digan si tailandesa o clásica. Pero la extensión de su brazo no parecía tener fin.



(Ilustración de Milo Manara)




6 mar 2016

El poeta secreto de Cleopatra




"No se ha hecho justicia en la historia con el joven Nahrib Neatón, poeta preferido de Cleopatra. Componía para ella, no por encargo ni por mandato, a diferencia de otros escribientes de la corte, sino porque profesaba un amor profundo por la reina. Cuando Cleopatra conoció a Marco Antonio, el Triunviro, se apropió de aquellos poemas recibidos y, sometiéndolos a ligeras modificaciones, los utilizó para corresponder al romano. He aquí un ejemplo de aquella utilización maniquea:

'Tú que vienes de Septentrión con tus naves a conquistar mi reino
  bien sabes que el territorio de mi corazón 
es un campo abierto para que lo habites 
y así mi cuerpo conoce la invasión de tu fuerza  no como ofensa 
sino que voluntario se somete a su rendición'

Nahrib supo de ese uso desviado y adúltero de sus palabras. Se sintió más despechado por ello que por el nuevo amor caprichoso de la reina. Pero no por eso pensó en traicionarla ni ponerla en evidencia. ¿Es que acaso podría haberlo hecho sin correr riesgos? Años antes, Cleopatra se había entregado secretamente al poeta. De él recibió no sólo unos sensuales cantos y unas recitaciones melodiosas, acompañadas de los sones pausados del laúd, sino sobre todo un amor pasional, materializado noche tras noche. Cuando Nahrib Neatón vio cómo la reina se alejaba de él, en parte por sus nuevos amoríos, en parte por sus planes intrigantes sobre la gobernación del Estado, su poesía se fue haciendo más y más amarga:

'No me quejo del abandono a que me condenas, mi reina,
 pues ambos nos obsequiamos nuestros mejores años.
 No temas intriga alguna que llegue por mi lado,
 ¿cómo podría yo renunciar a los abundantes frutos
 que hemos compartido?
 Mal pagador de tus entregas exquisitas sería, eterna amada,
 si revelara los secretos de las dulces noches
 que refrescaron nuestros ardores juveniles' 




Hay quien dice que cuando el Triunviro tenía que desplazarse fuera de Alejandría, aún la reina buscaba el acompañamiento del poeta para consolar ausencias con presencias. Pero poco podía esperar Nahrib Neatón de Cleopatra que cada vez se mostraba más proclive y fiel al romano. El poeta, previendo la circunstancia de un futuro donde no había otro lugar para él que el de seguir escribiendo y recitando por orden y no por sentimiento, decidió poner fin a sus días. ¿Fue una premonición de lo que no mucho tiempo después el destino depararía a su reina deseada? Ha llegado hasta hoy un poema trágico donde Nahrib se despide de la vida:

'Con el ardor con que me entregué a ti, reina de mis sentidos,
 tomo la decisión de arrojarme apartado y en silencio sobre el acero.
 Tal vez así su frío restañe el gélido desvalimiento que me consume.
 Has de saber que siempre te di lo que yo era 
y que al quitarme la existencia
 no te desproveo de los recuerdos que nos hicieron felices 
 en medio de los tiempos convulsos. 
 Tú sabrás elegir si deseas vivir o no con ellos.
 Erraré por el país de la muerte y bien quisiera 
 que el dios de nuestros antepasados no me repudiase.
 Acaso allí mis cantos no se pierdan'

  
El poeta secreto de Cleopatra es un libro polémico, a medio camino entre indagación histórica, recreación bibliográfica y relato novelado de Martin Nabul, de próxima aparición en nuestro país por mano de Ediciones Trasmundos.




 (Pinturas de Alexandre Cabanel y Louis Welden Hawkins)


10 ene 2016

La fotogénica, opera prima de Vojtèch Spassky




"La primera vez me costó convencerla para que posara, pero un tiempo después fue una adicta inconfesable de mi estudio". Así comienza La fotogénica, novela breve del checo Vojtèch Spassky, autor cuya vida se vio truncada por el totalitarismo. "Conocí a Bára en una audición de jazz que mis amigos promovían en Kampa, en la taberna del viejo Janos. Aunque aquellos pequeños conciertos no eran del agrado de la autoridad solíamos celebrarlos a puerta cerrada, salvo en el comienzo del verano en que, por medio de un ardid administrativo, nos daban permiso para que, dentro de un horario prudente, pudieran tener lugar en la terraza junto al Vltava. Naturalmente, para los conciertos dentro de la taberna se cerraba la puerta, pero una vez se había llenado el local. La delegación gubernativa no impedía los conciertos, pero trataba de establecer un cordón sanitario con el exterior. ¿Acaso habría pensado que la música pudiera exportar a las calles de Praga un espíritu disconforme que cuestionara la legalidad al uso? No éramos solo los perpetuos fetichistas del jazz quienes acudíamos, sino también algunos disidentes políticos y sobre todo gente que buscaba respirar otros aires estéticos y, sobre todo, una cierta mística que únicamente podía proporcionar el encuentro fraterno en torno a una música viva. Bára, estudiante de Agrarias, acudía allí con otros amigos, buscando seguramente librarse del olor a estiércol, aunque fuera a base de combinar música y Pilsen. Alguien, tratando de halagar a Bára, me la presentó sugiriendo que sería de mi agrado desarrollar un trabajo de estudio con ella, e incitándola a que condescendiera. Bára, al oír el verbo posar se ruborizó, hizo un mohín de desagrado y dijo un no rotundo que expulsó todo su aliento cervecero sobre mi rostro. Yo, a todo esto, no había abierto la boca. Pero quién me iba a decir a mí que aquella negación con marca Pilsen iba a producir un interés por la joven estudiante. Cada vez que nos miramos en aquella velada Bára trataba de poner un rostro más duro y resistente. Yo le respondía con muecas que cualquier hombre interesado hubiera evitado. No sé por qué me pasé el concierto lanzándola mensajes de burla ni por qué ella siguió correspondiendo con gestos de enfado cada vez más diluidos. Hubo un momento de euforia del personal al cerrarse una pieza de saxo a lo Gillespie, con la gente en pie, la cerveza como himno y la ebriedad como alma que nos hermanaba, en que Bára rió, pero su risa no fue náufraga sino que trazando un arco desde su posición fue a caer directamente sobre mi rostro alelado. Fue entonces cuando supe que Bára posaría para mí".

La fotogénica, de Vojtèch Spassky, se editará en breve en Ediciones Trasmundos, en traducción de Viktor Speljer y Ana Hoff Gabás. 
    


(Fotografía de Martin Munkacsi)