3 may 2013

Fragmento de Eleanora, Eleanora (Memorias de Vania Werbvoski)




(...) De todas las imágenes que conservo de Eleanora, y son muchas y sumamente intensas, hay una que me proporciona todavía un significado especial e hipnótico. Ella solía esperar todas las tardes mi llegada para el ensayo en el umbral de la casa donde vivía a orilla del riachuelo que da al afluente que desemboca en uno superior que acaba a su vez en el Hudson. Aquel día hacía ventolera, el cielo se hallaba encapotado y la hierba olía a la irresistible seducción de la lluvia de finales de verano. 

Me bajé del viejo buick del 47 y recorrí el camino corto que hay hasta la entrada. Eleanora no se hallaba abajo; miré sorprendido y a la vez preocupado. Ella era tan alegre, pero yo sabía que, no obstante, podía alterar el humor en cosa de unos instantes. A veces simulaba entrar en un nuevo cuadro de un acto añadido de alguna de las obras que le gustaba interpretar en su fantasía. De pronto alcé la vista y la vi tras el cristal de una ventana, incorporada al paisaje. Tan pronto su imagen se retraía como se proyectaba hacia el exterior. Sus cabellos se confundían con el ramaje de los viejos abetos que plantó la municipalidad allá a finales de siglo. De pronto permaneció detenida. Ella advirtió mi presencia y su mirada me paralizó, no obstante la distancia.Aquella pose, la representación de una mujer naciendo del viento y de la tierra, ungida por la lluvia que lentamente empezaba a fluir, la fragilidad de sus manos, apenas tanteando el vidrio, la conferían un aspecto de diosa evanescente. Permanecí hincado al suelo, mientras el aguacero se dejaba notar. No hizo nada por advertirme. Ambos nos observamos, yo deslumbrado, ella ausente. Yo, empapado, Eleanora atándome y condenándome a una nueva modalidad de suicidio amoroso.

Tiempo después me confesaría que aquella tarde me había puesto a prueba. "No, Vania, no te seducía, solo ensayaba", me dijo en un tono natural que yo interpreté molesto, pero que enseguida me produjo una risa sana. Le contesté: "No lo hubiera creído, Eleanora, estabas tan salvaje, tan transformada en diosa, que no pensé por un momento que fuera un papel." Pero Eleanora no callaba fácilmente. "¿Por qué tenéis que creer enseguida los hombres que cuando una mujer os mira es que se os está entregando? ¿No pensáis nunca que tal vez estamos entrando en vuestra desordenada casa, atravesamos vuestras estancias, descolocamos vuestros muebles y salimos dejando abiertas las puertas de par en par?"




(En la imagen, Maya Deren)


4 comentarios:

  1. Genial historia. Me ha gustado mucho leerte.
    Saludos.

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    1. Maya Deren es para varias historias. No las descarto.

      Me fascina este film, por muy extraño que parezca serlo.

      https://www.youtube.com/watch?v=4S03Aw5HULU

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  2. Maravilloso relato! Me ha seducido desde el primer momento, como Eleanora a Vania, aunque ella sólo ensayaba...

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    1. Muy amable, María, pero es que Maya era mucha Maya. Busca en la red trabajos cinematográficos suyos, no tienen pérdida.

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