16 abr 2013

El ángel cansado




El ángel exterminador se sentó extenuado a la puerta de la casa donde vivía el anciano Joaquín. Allí se encaró de mala gana con el patriarca de la tribu.

- ¿Por qué permaneces en la calle cuando la consigna es que todos los nuestros se recluyan en sus moradas?, preguntó el ángel de espada flamígera.

- El calor es excesivo dentro. Si permanezco allí, con la edad y la fatiga que tengo, pereceré, respondió con sinceridad el anciano.

- Pero los mandatos del de arriba no pueden ser desoídos, confirmó el ángel. Tengo orden de atravesar con mi espada a cuantos no se hayan puesto a salvo. 

- Me dejas en la disyuntiva, respondió el viejo, de tener que elegir mi propia muerte. Si me quedo entre las cuatro paredes, con la calima que hace, me asfixiaré. Y si no entro, harás cumplir la ley del Señor.

- Además, ¿quién me dice a mí que no eres uno de ellos y que tratas de distraerme de mi tarea?, volvió a la carga el vengador.

- Ah, eso es cosa tuya. No pretenderás que encima de amenazarme por partida doble te saque de dudas. Averígualo tú, si te crees tan listo.

- Lo haré ahora mismo. A ver, cántame la genealogía de tus antepasados.

Y el anciano, cuya memoria flaqueaba para lo inmediato, recitó de corrido cada estirpe, cada tribu, cada nación. Cometió algunos errores, pero el enviado de espada de fuego, que no conocía la historia tan bien como el venerable hombre, no cayó en la cuenta.

- Bien, dijo el vengador del acero ardiente, ahora dime para qué estoy aquí.

- Si tú mismo lo sabes de sobra, ¿por qué haces esa pregunta tan estúpida?, le respondió Joaquín, un tanto harto ya de que aquel joven altivo con alas y espada que echaba humo, y que se mostraba cada vez más cansado, la hubiera cogido con él en lugar de perseguir a los enemigos del Todopoderoso.

- Porque tengo que ponerte a prueba, respondió bostezando el ángel.

- ¿Eso te ha mandado el de arriba? ¿Que me pongas a prueba? ¿No te habrás equivocado de tiempo, de destino y de hombre? Mira que hay por ahí un tal Job...

Pero el enviado armado roncaba como solo los ángeles que han cumplido una encomienda seráfica para la que han sido elegidos cuidadosamente suelen roncar.

Entonces aquel Joaquín, de largas y descuidadas barbas, el más provecto de la tribu, se echó bajo un sicómoro y empezó a contar las estrellas. Mientras lo hacía estuvo por agradecer al Señor que hubiera detenido la matanza. Pero no lo hizo por si el Señor, a la vista del fracaso del cometido ordenado al ángel, echaba mano de él para seguir la tarea sucia. Sabido es, se dijo a sí mismo Joaquín, la sed de sangre y venganza que tiene el de arriba. Simuló que dormitaba, pero seguía observando discretamente el curso maravilloso de las constelaciones.

  


10 comentarios:

  1. Precioso cuento, de una sutileza ejemplar.
    Salud

    ResponderEliminar
  2. Creo más bien que la sed de sangre y venganza viene siempre desde aquí abajo!
    =(

    ResponderEliminar
  3. Algunos como Joaquín, necesitan llegar a sabios (viejos) para desoír al de ahí arriba. Otros, afortunadamente nacimos sordos para esas voces. Muy bien narrado e inspirador relato.
    Abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no es fácil nacer sordo ante el estrépito al que que ciertas nos han sometido...

      Gracias, Euria.

      Eliminar
  4. Llegué hasta aquí por casualidad y me parece un blog increíble en cuanto a estética y contenido!
    Te felicito y me gustaría seguirte pero no se cómo!
    Saludos,Sil

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bienvenido/a a la silla. No entiendo bien a qué te refieres conque no puedes seguir el blog...

      Saludos, Sil.

      Eliminar
  5. muy interesante me has dejado pensando

    ResponderEliminar