21 ago 2017

La lección de billar de Julius Henry Marx




"Julius Henry Marx solía jugar cada tarde al billar con su hija M. Fíjate cómo pongo las bolas y las hago desaparecer una tras otra, le decía. Esto también es magia. Pero M., en lugar de mirar el tapete de la mesa y el movimiento de su padre con la baqueta, solo le miraba a él. Julius Henry Marx, que era un consumado jugador, hacía no obstante trampas con la niña, aparentando ser poco más que un torpe aprendiz. Y aprovechaba el momento para la consabida lección moral con su retoño. Haz en esta vida todas las trampas que puedas, le dijo un día a M., si quieres llegar muy arriba; por supuesto, no me lo aplico a mí mismo, no he querido llegar nunca muy alto, me da vértigo subirme a una banqueta. Entonces M. se reía descaradamente. A veces ni siquiera era necesario que el consumado padre e incipiente jugador, ¿o era al revés?, pronunciase palabra alguna. M. miraba su concentración, observaba su exagerado estilo y prefería estar más pendiente de una de las frases ingeniosas y subversivas de su padre. No me mires de esa manera que me conquistas, decía Julius Henry Marx a la pequeña. Así empezaron todas las mujeres de mi vida y me abandonaron. Pero papá, saltaba M., ¿cómo te iban a abandonar si se casaron contigo? Julius Henry no vacilaba. Ah, pequeña, el matrimonio es la forma más fácil de que se olviden pronto de ti. Como no acabara de entenderlo, la niña insistía. Entonces, papá, ¿es por eso que mis hermanos y yo estamos aquí? ¿Para recordarte que no estás solo? Julius Henry, que reía más por dentro que por fuera o dejaba que los demás rieran por él, estalló en una estruendosa carcajada. Ya se encarga siempre vuestra madre de hacerse notar, sobre todo cuando os persigue por la casa a gritos y me dice que no hago nada para que no seáis tan revoltosos.

Decididamente M. fue de mayor una pésima jugadora de billar. Nunca me enseñó bien mi padre a jugar, o yo no estuve atenta, comentó a un periodista del The pool journal; pero aprendí a reír con una caracterización tan natural que era siempre la primera de la clase en esa materia. Metía todas las bolas de la risa, hasta conseguir de los compañeros el título de diplomada, confesó a la prensa"


Del libro Memorias apócrifas de la familia M.



(Fotografía de Gene Lester/Getty)


10 comentarios:

  1. Genial padre e idem jugador vital.

    ResponderEliminar
  2. No era billar lo que el padre quería enseñarle. De eso no hay duda.
    =)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La carita que pone la niña es tan expresiva que uno no deja de darle vueltas a qué le diría de verdad su padre en ese momento. Es como si la niña le conociera sobradamente. Cuánta complicidad transmite esta imagen.

      Eliminar
  3. Habráse visto, ¿cómo puede, un padre, decir a su hijita del alma que haga todas las trampas que pueda? Así las cosas, las niñas acaban copiando en los exámenes.
    Buen texto. Bravo.
    Francesc Cornadó

    ResponderEliminar
  4. Muy buen padre, con unos principios u otros :-)

    Un saludo

    ResponderEliminar
  5. Qué le importaba a ella la posición del taco o de las bolas. Como toda persona inteligente no miraba la niña el dedo que señalaba a la Luna sino a la propia Luna, su padre.
    Un saludo desde 2021.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Cayetano, así es. Miraba y escuchaba al progenitor divertido. Tal vez su mejor amigo.

      Eliminar