20 mar 2019

El fular, novela nostálgica de Seber Esparza




"A aquella chica la había conocido a la salida del cinefórum. No, miento, ya la había observado con disimulo desde otras sesiones. Vienes mucho por aquí, la asalté aquella tarde con palabras convencionales que no sé si afirmaban o interrogaban. En aquel tiempo, si uno pretendía llegar hasta una chica había que ser muy convencional. Con algunas, incluso muy tradicional. Aunque ya había quienes apreciaban más el desparpajo que la prudencia exagerada. Y, por supuesto, la actitud dubitativa en un hombre no suscitaba precisamente atracción alguna". 

Así comienza El fular, una novela corta de Seber Esparza que exhala un perfume de nostalgia de principio a fin, y que algunos lectores probablemente la percibirán con melancolía. Y es que rasgos característicos de una época perdida -¿perdida en más de un sentido?-  no faltan en el relato: "Aquella melena corta pero graciosa, su aparente timidez, la blusa suelta, el libro de un autor desconocido que solía llevar en la mano -entonces se llevaban sin vergüenza los libros en la mano- y unos andares morosos me llamaban la atención, con curiosidad primero, de manera obsesiva más tarde. ¿Había algo más que suscitaba mi atención y que yo lo justificaba con sus características femeninas? ¿Eran ciertas urgencias mías las que buscaban la excusa para un acercamiento? Hoy uno cree que en todo había segundas intenciones, y tal vez sí, pero es ahora, cuando he perdido prácticamente la memoria sobre la fisionomía de aquella mujer o de otros individuos, cuando más valoro los impactos de unas formas, los comportamientos gestuales, la manera de hablar y, sobre todo, de pensar de las personas que conocimos. Que quedaron en nosotros, y algunos lo llaman acervo personal, no me cabe duda alguna".

Seber Esparza plantea la ocasión de un ligue a la salida del cine, y no una sesión de cine cualquiera sino aquella fuente de información y debate que proporcionaba el fórum, como una reflexión sobre las culturas paralelas que se adquirían en la juventud lejana, al margen de los cauces oficiales y reinantes en una sociedad onerosa y que se resistía a los avances y a las modas, pero que no pudieron frenarse. Así lo expone el autor: "El libro, qué gran excusa para conectar con otra persona, fuera cual fuese el título o el autor. Un libro era como el hilo que te podía llevar si no al ovillo sí al menos a una apertura a otras emociones. Que yo hubiera intervenido con pasión y argumentos en el fórum del film de aquella tarde debió interesar a aquella chica. Vengo cuando puedo, me dijo, porque ¿sabes? estas películas o las vemos aquí y ahora o tal vez no las volvamos a ver nunca. Ahora que lo pienso, así ha sido. Muchas veces me pregunto qué habrá pasado con aquellas películas húngaras raras, con las checoslovacas ingeniosas aunque lentas, con las francesas que parecían tener una cosmovisión del mundo a través de la cual nos fusionábamos, no sé si tanto en ideas como en afectos".




El intento del autor del relato por vincular un tiempo histórico con la percepción de quienes lo vivieron se logra en gran parte. ¿Cómo hacer llegar, si no, al lector ciertas informaciones sobre una época y a la vez revelar los sentimientos y pulsiones más íntimas de los jóvenes protagonistas que descubrían la vida que les iba viniendo encima? Y Esparza incide directo en el tema: "Aquella tarde, traicioné a mis amigos de otros días. Les di esquinazo. No fuera a ser que me ocurriera con la chica que me atraía lo mismo que con los films de otros países. Que si no la tenía ya y allí la perdería para siempre. El libro suponía en aquel instante algo más que un libro".

La narración de El fular se desarrolla en un encuentro de apenas cuatro horas vespertinas. Los protagonistas hablan de cine, de libros, de sus familias, de los peligros que van conociendo que les acechan. Y el autor ofrece pinceladas interesantes y con sustancia sobre la precariedad cultural en que viven los jóvenes y su entorno, las limitaciones a expresarse con libertad, la incomprensión de la generación de sus padres, siempre temerosos de que les pueda ocurrir lo peor a sus hijos y quién sabe si de nuevo a ellos mismos, pero también se centra en el entusiasmo juvenil por descubrir la lectura y vivir situaciones entre ellos semejantes a las que muchos personajes de los libros viven. Aquellos tiempos de crecimiento y expansión donde merecía la pena asumir los riesgos a cambio de sentirse en una vida nueva, aunque constreñida. No voy a incidir en la relación amorosa que a lo largo de esas cuatro horas viven ambos jóvenes cinéfilos, sería descubrir los pequeños secretos de la novela que solo un lector debe encontrar. Una relación pasajera que deja su huella, pero cuyo final intriga. "Volveremos a ver películas, dice mi joven amante, o a intercambiar libros o a charlar en un café, pero ¿volveremos nosotros a encontrarnos? ¿Leeremos de nuevo un texto a dúo? ¿Dejaremos de lado los problemas cotidianos y los engañaremos con nuevas entregas? No supe contestarla ni me atreví. Allí, en el piso de mi amigo Gorka, quedaron el libro que estaba leyendo -me dijo que me lo prestaba- y el fular azul que debió olvidar. Aunque siempre me he preguntado: ¿acaso una mujer suele olvidar un pañuelo? Han pasado muchos años y no sé por qué pero creo que aún no tengo respuesta. Me gusta soñar ingenuamente con que vendrá a recuperarlo".

El fular, de Seber Esparza, aparecerá el próximo mes editado por la editorial Mia Vernácula.



(La segunda fotografía es de Stephan Vanfleteren)