28 dic 2013

EpiKuro




K. inquiere:
si vuestra es la entraña del pedregal, 
¿hacia dónde se dirige tan inquieta carrera?

(Ellas callan y al sonido de la voz de K. se dispersan)

K. otra vez:
tejed banderas nuevas, pues los hombres no saben 
sino ocuparlas de inútiles campos de gules





22 dic 2013

La tentación frutal, de Capernius Gotenberg




"...Yo solía ver cada día aquella estampa de un viejo calendario en la pared de la cocina. El fogón crepitaba y a la luz de los rescoldos los efectos de la lámina se pronunciaban hasta alterar las caracterizaciones de los personajes. Según la intensidad de la lumbre el rostro melancólico del monje perdía su tristeza y la cara compungida de la beata se transformaba en un haz de luz que la transportaba. Cuando mi padre se había quedado dormido sobre la mesa, harto de aquel tinto peleón de la última cosecha, y mi madre, algo amodorrada también, se ocupaba con escaso garbo de los últimos quehaceres domésticos de la jornada yo permanecía absorto en la imagen. Envidiaba principalmente la variedad de fruta, algo no siempre conocido en la modesta pitanza de mi familia. Imaginaba que la copa de moscatel se me ofrecía y la cataba como cuando haciendo de monaguillo probábamos a hurtadillas el vino del cura. Más allá de aquel mantel blanco, las imágenes se me revelaban misteriosas. Que los rostros mutasen me resultaba cosa de brujas, pero que me pareciera advertir que las manos del clérigo y de la mujer gesticulaban inducían en mí una desazón a la que no lograba acostumbrarme. Una noche apareció por casa mi hermano mayor y me pilló abstraído frente a la hoja del calendario. Ah, pillo, me dijo, no le quitas ojo, ¿eh? Solo acerté a responderle: son las uvas, esa fruta y la comida que tiene que haber en la parte del mantel que no se ve. Él rió, y echó un pulso a mi inocencia: Siempre lo que más nos atrae es lo que no se ve, por eso conviene catar primero, así sabemos no solo si está en su punto el fruto sino si se conserva nuestro apetito. Yo no entendí aquello sino al pie de la letra. Después de tantos años no tengo delante la vieja lámina. Pero soy capaz de describirla palmo a palmo, aunque ahora falten las luces del fogón."



Fragmento de La tentación frutal, de Capernius Gotenberg hijo, basada en el cuadro El monje y la beata, del pintor Cornelis Cornelisz van Harlem.


13 dic 2013

Reencuentro





Vergogna, vergogna, gritaba la mitad de Gregorio para justificar su ausencia. Tenías que haber dicho más bien scham! respondió en un turbio y oneroso alemán la otra mitad de su cuerpo, mientras se restregaba con la arista de una esquina. Lo diga de una manera u otra no he tenido vergüenza, es verdad, soltó el Gregorio más humano. Demasiado tiempo he tenido abandonado este jardín florido de relatos intrascendentes, mientras crecía tu costra. ¿A que más de una vez habías pensado que ya era todo tuyo, bicho inmundo? La mitad insecto de Gregorio no se da nunca por aludida, pues sabe que antes o después el hombre será de su especie en la totalidad. No tengo prisa, Gregorio, por mí puedes callar o seguir hablando; puedes quejarte o ensalzar; puedes injuriarme o hacer que me adoras. Estás destinado a ser yo. Cuando escucha al insecto demediado Gregorio se queda callado y se mira. Hoy he perdido un trozo de pierna, ayer fueron los dedos de los pies, hace unos días mis rodillas cambiaron la posición y su rotación es inversa...El hombre Gregorio repasa sus pérdidas mientras el monstruo ex Gregorio le contempla con unas órbitas diferentes y aletea con sus tentáculos peludos. La próxima vez no tardes tanto, dice apenado el nuevo Gregorio al antiguo. Te he traído una flor de mi viejo mundo, le dice el Gregorio hombre. Dicen que hay que apaciguar a los monstruos o cantando o haciendo sonar música o trayéndoles una hermosa flor. Dank! Dank!, repitió el ser extraño que ya no sabía qué era una flor. Tal vez este obsequio no podrá parar que tú acabes siendo yo, pero acaso ni yo llegue a ser el engendro para lo que parece que voy destinado. El recién llegado habló enternecido: ¿Te parece que coloque la flor en un jarrón de vidrio, mi otro Gregorio? Pero el Gregorio parásito se había contraído, anhelando no avanzar un milímetro más de aquella posición.