'Casi todo lo que se dice en las conversaciones es mentira. ¿A qué se deberá? ¿Será porque la verdad no es interesante?' Kenko Yoshida. Tsurezuregusa.

23 abr 2015

Pulso de titanes, de Joaquim Sebastiao Dias Henriques




Pulso de titanes no es lo que parece. No se trata de una nueva versión de La Bella y la Bestia, sino que está más bien próxima a la temática de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Si en la primera, fábula que procede de la antigüedad, la metamorfosis se anticipa a lo que siglos después será una constante narrativa, en la de Stevenson se revela en su modernidad cercana y psicoanalítica. Pulso de titanes tampoco es una obra sobre personajes y tradiciones religiosas, aunque quiere ir más allá de éstas rozando los territorios no solo del bien y del mal, sino penetrando en las entrañas del placer y el dolor, la aproximación y la lejanía, el acercamiento y la huida, la luz y la oscuridad, la imperfección y la belleza. En este sentido se percibe desde las primeras páginas un tufo grato a mentalidad oriental y el ritmo de la narración se acomoda a un modo pausado, atemperado, que hace que el lector no sienta irritación ni agobio ante cada episodio.

"...Cuando se encontraron cara a cara el titán Marvao y el titán Clemente, se miraron fijamente a los ojos. No lo hicieron con animadversión y odio, ni siquiera con antipatía. Mantuvieron la mirada con curiosidad, se observaron en sus perímetros, atendieron los gestos del adversario. Los rostros se controlaban, evitando definirse, las manos no ejercitaban tensión alguna, los cuerpos aparentaban relajación. Tampoco se trataba de un contacto gélido y la ocultación de la voz no era por miedo sino por respeto mutuo. Se observaban y se tentaban a la vez, como si lo que les guiase en su encuentro fuera una mera curiosidad. Y aquel rasgo templado evitaba choque alguno. Era como si cada uno pensase para sí: ¿Y si yo fuera tú? ¿Y si tú fueras yo? Vinculados por la sorpresa, ninguno de ellos veía al otro de modo diferente, por más que sus fisionomías no se parecieran. Tuvieron un instante en que la tentación les pedía arrojarse uno en los brazos del otro, pero se contuvieron. Ninguno bajó la guardia, hasta que un sonido de galopada lejana se fue haciendo más evidente. En los altozanos que rodeaban el valle amplio donde se habían citado, se fue acumulando un número indeterminado de individuos expectantes."

Es en párrafos como éste en los que Joaquim Sebastiao Dias Henriques revela un poco la mentalidad absorbida durante los años que vivió en una región recóndita de Indochina. No voy a decir nada más, sino que esta novela es un nuevo intento de narrar una metamorfosis, transfiguración, transformación o cambio radical, como hoy parece nombrarse al perenne instinto humano por intentar conocerse. Pulso de titanes está editado por Ediciones Al paso al trote al galope, en una cuidada traducción de Sílvio Almeida y Carmen del Val.





21 mar 2015

La partisana del amor. Olena Ludvika





Irina Kolsomolskaia es una joven con fe ciega en la revolución. Hasta ahí nada especial. Abundaban las jóvenes con ilusión y fe en que el mundo iba a cambiar de base y echaban su arrojo para lograrlo, aunque muchas perecieran en el intento. Carne de hospicio desde el primer vagido, Irina debe su supervivencia, primero, y una vida más o menos digna, después, al gobierno que dice procurar el bienestar de sus ciudadanos. Con tal antecedente, el futuro de Irina es el futuro de su patria. Hasta tal punto que los que rigen los destinos de la gran nación lo dan todo por sus jóvenes...pero no a cambio de nada. El trabajo intenso en una fábrica de componentes eléctricos de Darna, la preparación paralela en la instrucción y manejo defensivo de las armas, y la llamada a filas cuando la bestia parda acecha son etapas del ciclo vital de la joven Kolsomolskaia. Para ella, el uniforme siempre ha sido una segunda piel. El uniforme pulcro de la escuela, el vestido alegre de camarada, el mono digno de obrera, el caqui de la defensora, son pieles mutantes tras las cuales le costaba a veces reconocerse en su piel primitiva. Aunque sumisa y colaboradora disciplinada de cuanto ordenen sus superiores, Irina tiene su crisis de fe revolucionaria. No es una crisis de ideas, ni abandona sus actitudes de entrega, ni reniega del gran líder ni de ninguno de sus jefes. Es una crisis personal, íntima. No acaba de reconocer su cuerpo, oculto permanentemente por un uniforme u otro. Y cuantos muchachos han accedido a él no lo han admirado con justicia, no obstante su belleza recóndita. Pero la crisis estalla precisamente cuando su país está teniendo más dificultades para salvarse de la zarpa boche. De un lado, ella no puede hacer dejación de las armas. De otro, la necesidad de conocerse más a fondo destaca en ella una ansiedad que la hace abrir un segundo frente, el de la sexualidad abierta e incluso promiscua donde pueda hallar también su propia liberación.

Sobre esta trama la recientemente fallecida escritora moscovita Olena Ludvika estructura el desarrollo de su novela La partisana del amor pletórico de anécdotas, experimentos, recursos a la historia y ejercicios arriesgados que seguramente se queden cortos, pues las penurias y dificultades de un conflicto bélico desbordan las imaginaciones y fantasías de cualquier narrador, por mucho oficio que crea tener. 

La partisana del amor está editada por Narraciones del Volga, con una traducción exquisita de Joseba Martín Kustov.




(Imagen de Zorz Skrigin)




24 oct 2014

Crónicas del viajero Seymour McMillan





"Cuando llegamos a la isla que llaman los nativos Del tiempo parado encontramos que la orfandad de las mujeres era prácticamente total. Los pocos hombres que permanecían en ella eran octogenarios ciegos o paralizados por las altas concentraciones de extraños gases que emergían desde las profundidades de los acantilados. Las mujeres no se explicaban por qué razón aquella sustancia latente de la naturaleza apenas las afectaba a ellas, mientras por otra parte había diezmado la población varonil. El miasma inexplicable no era la única causa de la soledad feminal. Cierta enfermedad contraída por sus esposos y bastantes de sus hijos en la peligrosa incursión sobre un archipiélago lejano compartía responsabilidades en la angustiosa eliminación de los hombres. Al principio, según nos contaron las mujeres más veteranas de algunas aldeas, el drama fue importante. Pero pronto cambiaron sus actividades, haciéndose cargo de las artes de la pesca o de los trabajos de herrería o del cultivo del mijo. No fue problema desdoblar sus roles, pues la fortaleza física de las mujeres y su entidad temperamental las tornaba capaces no solo de sobrevivir a las circunstancias adversas, sino de poderlo hacer en condiciones más gustosas y libres que cuando tenían que dividir sus trabajos. Tampoco fue problema, no obstante ciertos prejuicios heredados, cuando para evitar verse limitados en su regeneración o para evitar desplazamientos en masa de la isla tuvieron que recurrir a prácticas endogámicas. Apenas hubo mujeres que rechazaran el nuevo planteamiento y las más ancianas recordaron que algo semejante había tenido lugar en el pasado sin mayores consecuencias. Fue aquella tesitura extraordinaria la que me permitió conocer a la hermosa Hiroko Noa, experta en las técnicas de navegación y especialmente en la pesca de bajura. Hiroko no hacía mucho que había abandonado su adolescencia y las terribles circunstancias padecidas la habían obligado a madurar con rapidez y contundencia. Nadie diría que para ella lo más importante fuera prestar atención a un desconocido extranjero. Todas sus actitudes mostraban más bien despreocupación, cuando no desdén, por seducir o sentirse cautivada. Su humildad era obvia; su prudencia, extrema; su discreción, un ejemplo. Tengo que reconocer que desde el primer momento la imagen de la joven Noa hizo flojear mi resistencia. La sensatez que mostramos mis compañeros y yo nos permitieron conocer aquella sociedad diferente, cerrada, en apariencia silenciosa. Sin embargo, nada hubiera quebrado si yo no me hubiera puesto en la cabeza aquel hachimaki morado con signos geométricos que simulaban olas agitadas y que me había encontrado entre las rocas". 

  


Este párrafo corresponde al clásico Crónicas del viajero Seymour McMillan, obra capital del célebre etnólogo canadiense, que ha sido reeditado por Libros de la Odisea. La editorial recupera de este modo la vieja tradición del libro ilustrado con fotografías de época. Será presentado el próximo 3 de Noviembre en el café librería El iglú de papel, calle Procurador Mário W. Domingues 1.275, sótano.





5 oct 2014

La perraniña, crónica de una metamorfosis. Frederick A. Peterson




"No, no me engendraron mis padres con este perfil doble, mitad niña, mitad perra. Cualquiera debería suponerlo y yo no tendría que haberlo precisado. Lo he hecho por lo complejo del acontecimiento, para dejar claro desde el principio que ellos eran normales y que se guardaban una extraordinaria fidelidad mutua. Por otra parte, no les gustaba lo suficiente la especie canina como para haber acogido en alguna ocasión un animal en casa. Aquello fue algo accidental, sin que quedara huella ni memoria. Un instante inexplicable, repitieron desde el primer momento padres, abuelos y psicólogos. No tendría yo tres años cuando cierto amanecer mis padres se precipitaron alarmados en mi cuarto. No, no lloraba, simplemente emitía unos sonidos semejantes a los ladridos de un cachorro. Lastimeros, eso sí, y muy agudos, entremezclados con las palabras papá, mamá y osito, que iba aprendiendo hasta la fecha. Pobres Amy y John, aún recuerdo su cara de susto. ¿O era de admiración y perplejidad más bien? Diréis: cómo vas a acordarte de aquello con solo tres años. No sé cómo es posible, pero lo recuerdo al dedillo. Su estremecimiento nervioso, sus zarandeos, su gritos. No dejaban de decir: pero qué te pasa, Nelly, qué tienes. Y mi madre: ha debido ser algo que cenó ayer y no le ha sentado bien. Yo permanecía sentada en la cuna, intercambiando mis primeras palabras con aquella suerte de ladridos débiles pero contundentes. Ellos continuaban con sus aspavientos, sin saber qué hacer, si llamar al médico o al abuelo que, por azar del destino, resultó haber sido fonólogo. Aquel preciso episodio de un despertar que perturbó a toda la casa es la primera evocación sobre mi metamorfosis. Mucho antes de que una parte de mi cuerpo cambiara ya se había alterado mi voz. No para anular la biológica, pues desde entonces mis dos sistemas de lenguaje, digamos, se han llevado bien y han jugado de manera muy divertida. Sino más bien como una muestra, que difícilmente pueden explicar las leyes conocidas de la naturaleza, de que en el origen de la palabra de otra raza animal se ocultaba una incipiente manifestación de vínculos no conocidos entre especies sustancialmente tan diferentes. Yo sería, por lo tanto, una especie de médium no solamente entre el hombre y el perro, sino ente el hombre y otros animales".


De este modo comienza la novela La perraniña, del autor samoano Frederick A. Peterson. La traducción ha corrido a cargo de Elvira Puignou. El libro, que se mostrará en las librerías a mediados de mes, está cuidadosamente editado por Metalectures Edicions




29 mar 2014

¿Caperucita o Lolita?




Que Caperucita resultó ser indigesta para el lobo es parte de la historia apócrifa. El ilustrador Beni Montresor supo entenderlo muy bien cuando lo relató en imágenes. Caperucita inocente entre las fauces de la bestia horrible es la versión ortodoxa. Caperucita implacable con sus monsergas es la versión heterodoxa. El personaje infantil del que se ha dicho interesadamente, por parte de los radicales del orden establecido, que fue la víctima propiciatoria es para la interpretación de los no catecúmenos la jovencita sagaz y tozuda apellidada Conciencia. Para los heterodoxos, el lobo no es ni bueno ni malo, sino simplemente el infeliz que busca el modus vivendi en los territorios ocupados por los demás. Pero los demás, que por cierto son humanos, tratan de hacerle la vida imposible inventando un cuento en que él y su manada siembran el terror. Como no pueden los humanos acabar con sus tropelías  -sic en la descripción de la prensa de época- deciden utilizar la antigua trampa de la seducción. La niña generosa, obediente y soñadora que camina por los caminos sumisa a la mamá y a la abuelita, cumpliría el papel de una especie de mártir, según la doctrina y el dogma. Afortunadamente, los textos apócrifos, entre los cuales el más importante es el del profeta Nabokov, nos transmiten que Caperucita no se llamaba así, sino que se llamaba Lolita y se ofreció a los ganaderos de buena gana, sabedora de sus artes y maleficios. En este sentido, la Caperucita-Lolita, al seducir al lobo estaría obligando a éste a enfrentarse con su propia conciencia. Jung con sus simbolismos y posteriormente Cooper con sus misiles anti-familia, habrían intuido el tema. ¿Caperucita o Lolita el personaje del cuento? ¿Pero de qué cuento?           





18 feb 2014

Papá, quiero ser star. Comedia de John T. Weehawken




(Se levanta el telón. La escena representa el andén de una estación de bus de Brooklyn. Un vehículo calienta motores. Ella y él conversan un tanto nerviosos mientras esperan para subir al transporte que deberá conducirles a Hollywood)


Ella:  ¿Estás seguro que quieres venir al Oeste?
Él:    Yo voy donde tú me lleves.
Ella:  No, que quede claro, yo no te llevo.Tú vienes porque te apetece y para conocer mundo.
Él:    Quiero visitar otras ciudades.
Ella:  Eso está bien. Pero puede haber grandes peligros.
Él:    A tu lado no tendré miedo.
Ella:  Pero yo no soy tu ángel de la guarda.
Él:    Eso ya ha lo hemos hablado. 
Ella:  No te arrepentirás después, ¿verdad?
Él:    ¿Me tomas por un niñato? De lo contrario no estaría aquí contigo esperando el bus de la Ruta 66.
Ella:  Supongo que tendrás los billetes.
Él:    Ok.
Ella:  Hay mucho desierto por delante, pasaremos calor.
Él:    En el desierto hay serpientes.
Ella:  Pero en el bus no se van a meter, digo yo.
Él:    No creas, he oído de todo. Por si acaso he traído el tirabeque. 
Ella:  ¿Tienes licencia para usarlo?
Él:    No, pero en este país todo quisqui va armado.  
Ella:  Lo importante es que cuando nos bajemos en las paradas del recorrido no te separes de mi.
Él:    Sabes perfectamente que soy tu perrito faldero.
Ella:  Oye, Tony, no quiero tampoco que seas eso. Conque tengas cuidado, me vale. 
Él:    ¿Y si nos perdemos el uno del otro?
Ella:  Eso no está previsto que suceda.
Él:    ¿Pero si ocurre?
Ella:  No ocurrirá, pero si te lías como sueles hacer a menudo te esperas al siguiente autobús.
Él:    Dicen que Santa Mónica es grande. 
Ella:  Nos reencontraremos, seguro. Aunque sea dentro de diez años.
Él:    ¿Que dices? Estás loca.
Ella:  No olvides que la que quiere ser artista soy yo. Tú eres el que te has pegado.
Él:    Pero no podía dejarte, amor mío.
Ella:  No hubiera pasado nada si no hubieras venido.
Él:    ¿A que no voy todavía?
Ella:  No lo dirás en serio. Me quitarías de encima una responsabilidad.

(En ese instante suena un altoparlante avisando de la salida inmediata del autobús de la Ruta 66)

Él:    ¿Te parece bonito plantear una crisis en estos momentos?
Ella:  Oh, querido Tony, yo no planteo nada.
Él:    Si te pones en ese plan me arrepiento y me quedo en tierra.
Ella:  Mira qué bien. Dame mi billete por si acaso.

(Tony se muestra ofuscado y en un pulso con la chica le da el billete)

Él:    Hablas en broma, supongo.
  
(La chica, sola, sube al autobús mientras los pasajeros se acomodan en sus asientos)

Ella:  Oh, no te preocupes, te enviaré una postal de las playas.
Él:    Déjate de bobadas y reconoce que no hablas en serio.

(Ella baja la ventanilla)

Ella:  Cuando sea una artista consagrada sabrás de mi.
Él:    ¿Me vas a dejar aquí?

(El vehículo hace que arranca, la luz va menguando y la voz de la chica va achicándose como si se alejara)

Ella:  Yo no te dejo, ya te avisé. Ni te llevo ni te traigo ni te abandono. Además, tú...
Él:    Glenda, Glenda...Eh...espera...yo...

(El autobús expele una nube de humo y la voz de Tony se pierde en el andén de la estación de Brooklyn. Queda todo a oscuras. Cae el telón del segundo acto)



Fragmento de la comedia Papá, quiero ser star, de John T. Weehawken, que se estrenó el 4 de noviembre de 1952 en el Odeon Theatre, de Manhattan. La fotografía adjunta la hizo Saul Leiter.



14 feb 2014

Risas cadavéricas, de Paul Deathansen




"¿Quién dijo que los cadáveres sonríen? Y sin embargo muestras hay. Cadáveres de la publicidad de revistas y paredes de otro tiempo lo avalan. Pero yo no iba por ahí. Siempre me he preguntado de qué ríen los difuntos yacentes. Mi vecino el investigador esotérico me ha dicho que las muertes no son nunca muertes del todo, ni del instante, ni siquiera cuando los cuerpos se enfrían. Por supuesto, nada lo avala, pero está convencido, probablemente para justificar su negocio bien nutrido de incautos que recurren a él con objeto de saber lo que les pasará sin que hagan nada por evitar que les pase. Y para qué voy a llevarle la contraria; no quiero que me acuse de ir contra la libertad de mercado, pues, al fin y al cabo él defiende sus teorías como producto y las tiene hasta registradas legalmente. 

Alexis Livitnius, embalsamador de la avezada Johnson Funeral Home, con quien tengo el placer algunas noches de charlar cuando hemos salido de nuestros respectivos trabajos, es de la opinión más al uso. Los muertos están bien muertos, me comenta, pero se crea en ellos una secuela, un ligero eco de la vida, como si quisieran prolongarla cuando ya no son nadie; vamos, que ni son. Lo que sucede es que se produce una relajación tal de los músculos que hasta que no les encajo bien la mandíbula parecen reírse de uno. Luego sí, llega ese hieratismo que la gente ve cuando acude al oficio de despedida. Naturalmente, en la puesta en escena y exhibición del difunto él apenas cuenta. Los artistas somos los maquilladores, presume echando uno de sus tragos ansiosos de Bourbon. 

El padre Jacynthus, que suele visitarme una vez a la semana para ofrecer sus servicios, sin que hasta la fecha esté obteniendo su esfuerzo fruto alguno, nada y guarda la ropa respecto al tema. No se limita a decir que el cuerpo se corrompe tras la muerte y que el alma flota eternamente, sino que ésta procura desde instancias que él no puede precisar, por el bien de quienes le han querido en vida. Y si el alma ha alcanzado el cielo resulta también benévola con aquellos que perjudicaron al fallecido.  

Aprecio por su manifiesta bondad al padre Jacynthus, pero no estoy tan seguro de que él tenga una actitud recíproca conmigo. No solo porque no me acojo en absoluto a sus recomendaciones sino porque en diversas ocasiones le he despedido con cajas destempladas. La eternidad va a ser tuya, hijo, me dijo el otro día, pero tienes que firmarme este documento de retorno al redil. Yo solté una estruendosa carcajada. Pero, padre, le respondí ¿de verdad cree que a estas alturas estoy por hacer negocios con nadie? Y él va y me dice: pero es el gran negocio de tu alma, hijo. A la segunda carcajada comenzó a salir sangre por mi boca, mis ojos quedaron poco a poco en blanco y mis miembros desfallecieron. Vi cómo esgrimía con una mano un papel y con la otra se aprestaba a hacer cierto signo sin mi permiso. Carecía yo en ese instante de fuerzas para detenerle el brazo y romper su mercantil papeleo. Aún insistía: va a ser tu gran inversión, hijo mío, el gran acierto de tu vida. No sé de dónde me salió la fuerza, pero el estallido incontenible de una nueva risa le espantó y cayó hacia atrás, pronunciando unas frases en una lengua antigua si no bárbara. Cuando llegaron las enfermeras a recogerle del suelo estaba rígido y no hubo manera de que soltara el papel cubierto de mis espumarajos sanguinolentos."   





Fragmento del libro de relatos Risas cadavéricas, de Paul Deathansen. Traducción de Vinilia Lecumberri. Edita Fantasias de ayer y hoy. La fotografía inferior pertenece a L. Pomés.

  

6 feb 2014

La tertulia, de Evan Roy





"Los seres más monstruosos y deformes son los que tienden a amar frecuentemente con más sinceridad, dijo sentando cátedra el doctor Rob Carlston mientras apuraba su quinto whisky puro de Aberdeen. ¿Está usted seguro, doctor?, le replicó Mc Logan desde su poltrona. Diríase que los conoce usted muy bien. ¿Ha tratado a muchos? A suficientes como para comprobar la necesidad de afecto que manifiestan en cuanto te acercas a ellos y les hablas con campechanía, respondió el doctor. ¿Tanto valor tiene usted para aproximarse a ellos sin mayor prevención?, se atrevió a preguntar Kenny el carnicero. Si tengo suficiente ánimo para verme con ustedes todos los días, ¿cómo no voy a tener valor para tratar a esos seres excepcionales?, respondió el doctor Rob. Hubo una risa mordaz y contenida a regañadientes, sin que los contertulios acertaran a saber si les criticaba o les salvaba de meterles en el mismo saco. Mc Logan rompió el instante gélido y azuzó al doctor. ¿Cómo aman sus pacientes tullidos o tarados? Cuéntenos, doctor. Muy fácil, respondió éste. Aman sin prisa, sin esperar nada a cambio. La mayoría tienden la mano y se conforman con una caricia. Si el tacto se acompaña con unas palabras pronunciadas en un tono afable y melodioso ellos entran en un estado de amodorramiento, que no de inconsciencia. Siguen esperando más señales y ahí el siguiente paso depende de quien esté dispuesto a intercambiar un cierto tipo de entrega, también sin exigir nada a cambio. El pastor Edward Parr, que había estado bastante callado todo el rato, tomó la palabra. No me diga, doctor Carlston, que los monstruos o, mejor dicho, y rebajemos por caridad el tono del calificativo, cualquier clase de impedido físico o mental podría o debería ser recibido por una mujer normal. ¿Se imagina que en nuestra comunidad proliferase tan extraño tipo de contacto entre esos desdichados individuos degradados y cualquiera de nuestras esposas o hijas? El doctor miró al pastor a los ojos, luego calculó la distancia entre sus cejas y le espetó: usted, amigo Edward, no imagina cuántas visitas recibo en mi consulta de mujeres de buena posición. No tienen inconveniente en reconocer que vienen huyendo de lo que llaman sus monstruos domésticos y normales porque dicen preferir a los ocasionales. El religioso mudó su faz y se sirvió un doble malteado de doce años."



Fragmento en primicia de La tertulia, del escocés Evan Roy, de próxima aparición en primavera. La fotografía es de Anders Petersen, de la serie del Café Lehmitz.




18 ene 2014

La conversión del monstruo, de Andresz Cselowic





"Desde lo más alto de la ladera la vio dormir boca abajo. La contempló largo rato y se extasió con tal enunciación de la belleza. No le decía aquella imagen nada más, pero le estaba diciendo todo. No sintió otra llamada sino la de una dulce abstracción. Él, el monstruo que había sido, moría en la mirada sobre la mujer del sueño. No había ansia dentro de él, ni deseo, ni le reclamaba embestida alguna. Se sintió raro y hubiera querido contemplarse en el cielo para saber si seguía siendo como era hasta entonces. 

Un impulso de bondad le hizo descender hasta la dormida. Sin hacer ruido, sin ánimo de perturbar aquel sueño, intrigado por la presencia insólita de quien se atreve a entrar en sus territorios. Merodeó sin acercarse demasiado. Lo justo para percibir una respiración cuyo ritmo le traspasaba. Los movimientos de la mujer al cambiar de posición eran pausados, sus estiramientos leves.

Empezó a dejarse notar la brisa de la pronta mañana. Hubiera querido dotarla de calor, evitar que aquella espalda se convirtiera en parte del rocío gélido. La tomó entre sus manos y un estremecimiento salvífico le embargó. Qué queda en mí del monstruo que soy, pensó contradictoriamente. En el roce liviano de la piel de la aparecida presintió la marca fría del amanecer. Cómo protegerla sin causarle daño. Pensó en arrancar unas briznas de hierba y taparla con ellas. Pero añadiría frialdad sobre frialdad. Pensó en cubrirla con arena, pero aquella piel no se merecía el humus barroso. Suspiró entregado a su preocupación. Aquel suspiro le dio la clave. Tomó aire y expulsó una bocanada larga de aliento cálido. Sintió que aquel cuerpo diminuto se expandía, adquiría un tono menos vidrioso. Hasta le pareció escuchar una palabra insignificante de agradecimiento emitida desde la ingravidez de la durmiente. Luego el monstruo colocó encima la otra palma de manera cóncava como tejado de la casa que construía para ella con las manos. La dejó habitar. Fue en ese instante cuando el ser abominable, temor de todos los habitantes de la comarca, se dio cuenta del poder de la belleza. Algo palideció en su interior. Fue poseído por una rendición en la que no se reconocía, pero que le agradaba. Permaneció sentado en el fondo del valle, esperando la calidez del día."

La conversión del monstruo, de Andresz Cselowic, será publicado próximamente en la colección Historia de monstruos y otros seres deformes, perteneciente a la editorial Transmundos.



12 ene 2014

Cuando los titanes cayeron




"...Creo, por lo tanto, mi querida señora, que sabrá apreciar como nadie los pequeños defectos de mi obra. Sabidos son los límites a los que debe atenerse el artista y los recursos de los que el mismo dispone. Si la capacidad creativa tiene que ceder en una pequeña proporción para salvaguardar la buena contribución de nuestros generosos mecenas, que así sea. Estos tampoco han querido quedar en entredicho con la alta clerecía y las ideas morales de nuestro tiempo. Asunto que a ambos nos importa poco, mas su bondad sabe, mi estimada señora, que yo no me debo sólo a la gratificación que me proporciona su condescendiente amor sino también a mi modesta condición de artista a sueldo. La Teogonía de Hesiodo fue nuestra referencia fundamental y la intención queda interpretada sobradamente. La ira del iracundo Zeus ha sido reflejada a través de esos cuerpos que van descendiendo, cual meteoritos del universo exterior, hasta el profundo Tártaro. La potencia de tan esbelta musculosidad de los titanes es castigada y así lo representa el accidente mismo. De nada sirven las súplicas y la perplejidad de los rostros de estos desgraciados, marcados por el destino hasta herir su propia condición viril. En este sentido, esas pequeñas limitaciones de que le hablaba, y que se perciben revoloteando cual sobre campos de amapolas, se simulan mejor al encajarlas dentro de una escena de derrota como ésta. Donde no solo pierde la misma colectividad sino que queda en evidencia la potencia individual de la que habían disfrutado antes de que el colérico padre de los dioses los expulsara..." 


(De la carta que el pintor Cornelis Cornelisz van Harlem dirigió a su amante, la Duquesa de A., a espaldas del Cardenal Bonifatius Clementissimus, anterior benefactor de ambos. El cuadro se titula, y no por casualidad, La caída de los Titanes)






28 dic 2013

EpiKuro




K. inquiere:
si vuestra es la entraña del pedregal, 
¿hacia dónde se dirige tan inquieta carrera?

(Ellas callan y al sonido de la voz de K. se dispersan)

K. otra vez:
tejed banderas nuevas, pues los hombres no saben 
sino ocuparlas de inútiles campos de gules





22 dic 2013

La tentación frutal, de Capernius Gotenberg




"...Yo solía ver cada día aquella estampa de un viejo calendario en la pared de la cocina. El fogón crepitaba y a la luz de los rescoldos los efectos de la lámina se pronunciaban hasta alterar las caracterizaciones de los personajes. Según la intensidad de la lumbre el rostro melancólico del monje perdía su tristeza y la cara compungida de la beata se transformaba en un haz de luz que la transportaba. Cuando mi padre se había quedado dormido sobre la mesa, harto de aquel tinto peleón de la última cosecha, y mi madre, algo amodorrada también, se ocupaba con escaso garbo de los últimos quehaceres domésticos de la jornada yo permanecía absorto en la imagen. Envidiaba principalmente la variedad de fruta, algo no siempre conocido en la modesta pitanza de mi familia. Imaginaba que la copa de moscatel se me ofrecía y la cataba como cuando haciendo de monaguillo probábamos a hurtadillas el vino del cura. Más allá de aquel mantel blanco, las imágenes se me revelaban misteriosas. Que los rostros mutasen me resultaba cosa de brujas, pero que me pareciera advertir que las manos del clérigo y de la mujer gesticulaban inducían en mí una desazón a la que no lograba acostumbrarme. Una noche apareció por casa mi hermano mayor y me pilló abstraído frente a la hoja del calendario. Ah, pillo, me dijo, no le quitas ojo, ¿eh? Solo acerté a responderle: son las uvas, esa fruta y la comida que tiene que haber en la parte del mantel que no se ve. Él rió, y echó un pulso a mi inocencia: Siempre lo que más nos atrae es lo que no se ve, por eso conviene catar primero, así sabemos no solo si está en su punto el fruto sino si se conserva nuestro apetito. Yo no entendí aquello sino al pie de la letra. Después de tantos años no tengo delante la vieja lámina. Pero soy capaz de describirla palmo a palmo, aunque ahora falten las luces del fogón."



Fragmento de La tentación frutal, de Capernius Gotenberg hijo, basada en el cuadro El monje y la beata, del pintor Cornelis Cornelisz van Harlem.


13 dic 2013

Reencuentro





Vergogna, vergogna, gritaba la mitad de Gregorio para justificar su ausencia. Tenías que haber dicho más bien scham! respondió en un turbio y oneroso alemán la otra mitad de su cuerpo, mientras se restregaba con la arista de una esquina. Lo diga de una manera u otra no he tenido vergüenza, es verdad, soltó el Gregorio más humano. Demasiado tiempo he tenido abandonado este jardín florido de relatos intrascendentes, mientras crecía tu costra. ¿A que más de una vez habías pensado que ya era todo tuyo, bicho inmundo? La mitad insecto de Gregorio no se da nunca por aludida, pues sabe que antes o después el hombre será de su especie en la totalidad. No tengo prisa, Gregorio, por mí puedes callar o seguir hablando; puedes quejarte o ensalzar; puedes injuriarme o hacer que me adoras. Estás destinado a ser yo. Cuando escucha al insecto demediado Gregorio se queda callado y se mira. Hoy he perdido un trozo de pierna, ayer fueron los dedos de los pies, hace unos días mis rodillas cambiaron la posición y su rotación es inversa...El hombre Gregorio repasa sus pérdidas mientras el monstruo ex Gregorio le contempla con unas órbitas diferentes y aletea con sus tentáculos peludos. La próxima vez no tardes tanto, dice apenado el nuevo Gregorio al antiguo. Te he traído una flor de mi viejo mundo, le dice el Gregorio hombre. Dicen que hay que apaciguar a los monstruos o cantando o haciendo sonar música o trayéndoles una hermosa flor. Dank! Dank!, repitió el ser extraño que ya no sabía qué era una flor. Tal vez este obsequio no podrá parar que tú acabes siendo yo, pero acaso ni yo llegue a ser el engendro para lo que parece que voy destinado. El recién llegado habló enternecido: ¿Te parece que coloque la flor en un jarrón de vidrio, mi otro Gregorio? Pero el Gregorio parásito se había contraído, anhelando no avanzar un milímetro más de aquella posición.





7 jul 2013

La cajita de secretos, de Marcel Le Chant




"...Era de secretos hasta hace poco, pero ya no lo es, no lo es porque he decidido que los demás sepan lo que contiene, y quiero que lo sepan para que compartan, y compartir no es decirlo solamente, no, lo voy a dar todo, aún no tengo pensado cómo, tal vez a los chicos de la escalera les ceda las canicas, los sellos a la niña lista de la casa de en frente, que además de lista me besó un día y prometió besarme más veces si le seguía dando más sellos, los plumines pues tal vez uno a cada uno de mis colegas de la escuela, los clips lo tengo fácil, seguro que los más díscolos me lo agradecerán, saben hacerlos volar como nadie con unas gomas que estiran desde su pulgar e índice en ristre, el tintero no sé si darlo porque siempre he tenido unas ganas irreprimibles de volcar a propósito, hasta ahora  se nos caían, nos castigaban tened más cuidado, a ver qué hacéis, limpiaros, guarros, mil y un improperios, y mala conciencia y chivateo al hermano mayor que era como decir a los padres, y no obstante el fallo y el castigo cada vez que a alguno de nosotros se nos caía la tinta al rellenarlo o el tintero completo, añicos y manchón generalizado sobre el terrazo de la clase, cada vez que un suceso de ese tipo alteraba la monotonía de las interminables horas yo sentía un placer oculto, prohibido, y me reservaba cometer una fechoría adrede alguna vez, y en esta mira que tengo la ocasión, porque nadie puede decirme nada, el tintero es mío, el curso ha terminado, me cambian de liceo porque no me quieren en el que he aguantado hasta ahora, no me quieren porque dicen que además de no aprender soy un provocador, y para demostrarme que lo soy de verdad quiero quemar las naves, así que el tintero puede que vaya directo a la cabeza del director amargado de ese colegio de niños perfectos que no me quiere más, solo pensar en la acometida, en cómo aterriza el tintero sobre monsieur Glouton, y la tinta invade su rostro hosco y le resbala por el cuello de la camisa y por la corbata y convierte su traje gris marengo en azul oceánico, solo por ese espectáculo noble porque tomarme la justicia por mi mano tiene mucho de nobleza, y que nadie interprete que de venganza, habrá merecido la pena la ejecución de un goce preservado en mi interior discretamente, de un gesto de valor que puede sentar precedente pero para mí será un signo de que ya no soy un niño sino que sé asumir responsabilidades, necesito repartir todo, necesito crecer, ¿no quieren que me haga mayor, que madure, que me aplique?, me quedan esos tipos de letras de mi tío Armand, el que trabajó en una imprenta hasta quedarse ciego y pasarlas canutas cuando los boches invadieron el pueblo y le buscaban un día sí y otro también para culparle de todas las hojas volantes que corrían por ahí, de vez en cuando el tío Armand me regalaba tipos, me gustaba leer las letras al revés, así aprendí el alfabeto y eso marca, marca para ir a la contra, y no sé qué hacer con ellos, no los daré, será lo único que salve, porque en la vida, como dice Callot, el ferroviario, hay que guardar algo que te indique el camino."  

Fragmento de La cajita de secretos, de Marcel Le Chant, seudónimo de un extraño escritor que dicen que vive en la Melanesia.



(Imagen de Michael Kirkham) 



21 jun 2013

EpiKuro




















K. pregunta:
¿De dónde manas? ¿De qué curso subterráneo procedes?

(El silencio ocupa el espacio entre lo de arriba y lo de abajo)

K. insiste:
¿Vas a fluir sin que yo pueda hacer nada por detenerte?

(K. se hace a un lado por el arrebato impetuoso de la corriente. Ésta sigue su carrera)




(Imagen cedida por Marváz)

13 jun 2013

La feuille rouge de Viktor Dadidovich



"Siempre sentí fascinación por las hojas rojas", comenta el fotógrafo ruso Viktor Dadidovich, asentado en Mulhouse, cuando se le inquiere por el origen de su obra. "Creo que como todos los que nos dedicamos a este tipo de trabajos, yo me inicié desde la infancia con la observación. Las hojas y las plantas son el mapamundi de todas las geometrías que habitan en este mundo", sigue diciendo. "Por supuesto que hay muchas más: dentro de las vísceras de los animales y de los hombres, en las rocas, en las bacterias, en todos los microorganismos o en el simple transcurso del cielo o bien el juego de luces y sombras". Cuando se le hace hincapié en la abstracción de las formas que los hombres practican desde la antigüedad no duda en tildarlo de idealidad mágica. "Ya sé que es un concepto redundante y puede sonar tópico, pero yo me entiendo. Esos mismos artistas que fundieron formas y colores en una obsesiva persecución de la representación formal lo hicieron muy bien. Lástima que resulten frías las imágenes en una primera percepción. Por eso quiero introducir la hoja roja, es una especie de matrimonio entre el cielo y la tierra, que diría William Blake."









30 may 2013

El extraño invitado, de Max Solarius




(...) "Mi modesta opinión al respecto, herr Adrian", dijo el Doktor Faustus, "es que la Historia no existe. Al menos no existe en singular y probablemente tampoco en mayúscula. Que la historia es un vivir cotidiano no le cabe duda ni al más humilde de los siervos de nuestros imperios. Que la historia es innombrable tampoco resulta nuevo para cualquier observador sincero de lo que nos rodea en estos tiempos." 

Herr Adrian apuró su copa de exquisito y dulce Beerenauslese de la variedad Riesling y le inquirió: "¿Usted no cree entonces en la existencia de la historia como disciplina ni como método de análisis?" Nuestro preclaro visitante saboreó el vino paralelamente a sus palabras. "Por supuesto que me resulta difícil de aceptar algo que suponga más que una mera relación de acontecimientos, por muy complejos y farragosos que estos sean, pero no deberíamos desdeñar el valor ilustrativo de lo que suele narrarse como si hubiera acontecido."

Como quiera que a Herr Adrian no le resultaran convincentes estas aseveraciones pidió a Doktor Faustus que se explicara con más claridad."Mi querido Herr Adrian, la historia es un invento perpetuo en el transcurso de las relaciones humanas. Nada de lo que se cuenta desde los tiempos más remotos ha tenido lugar. Cuando no existían documentos las fuerzas oscuras de la humanidad o, si lo prefiere, de sus sociedades hacían circular versiones del pasado con arreglo a sus necesidades de justificar y preservar la perdurabilidad de esos poderes secretos. Desde que los testimonios escritos abundan y redundan en exceso solo sirven para fabricar textos que se vendan con facilidad para entretenimiento de las gentes carentes de imaginación. De la oralidad dominadora hemos pasado a la escritura manipulada. A veces conviene dudar hasta de los nombres. Convénzase: nada ha sucedido que merezca la pena constatarse como historia. Ésta nace para activar la industria de las artes gráficas y consolar a nuestras modestas clases medias que todo lo quieren saber sin que nada puedan procurar y menos prosperar."


(De El extraño invitado, supuestamente escrito por Max Solarius, y editado en 1848 en Prag)





25 may 2013

La caligrafía de los dedos




Estoy ante esta mujer y tengo la sensación de presenciar la preparación de los ejercicios de una malabarista. ¿Preparación? No. Ella ya ha agitado las bolas. Ha pasado a otro oficio. Ya caigo, ha terminado la sesión de sombras chinescas y sus dedos largos, afilados y retorcidos descansan. Descansan en apariencia. Más bien están en plena ebullición de una lengua de signos inmóvil. ¿Quién está a este lado interpretándola? Hago abstracción de un rostro duro, severo, cuya mirada aguda y profunda puede hacer quebrar al observador. Sus manos no son manos. ¡Ya está! Pura caligrafía japonesa. Hay un deje taoísta en la articulación de esas letras que dicen. Habla poco y expresa todo, he traducido no sin cierta dificultad. El poder de la expresión está ahí. Medio, mensaje, caligrafía. Maestra de lenguajes plásticos, Georgia O'Keeffe, sin pestañear ni un instante, acaba de tomar las medidas de mi torturado rostro para convertirlo en la espiral de un caracol o en los estambres y pistilo de una flor. 


20 may 2013

El combate de los ciegos, de Alessandro Pitti




"Fuese o no el primer combate a muerte el de los dos hermanos del Génesis, la lucha en sí no hacía peor al malo como tampoco salvaba al bueno. Dice la leyenda del Libro que la causa fue la envidia. Que uno de los dos hermanos no podía soportar la consideración que tenía el padre con el otro hermano. Pero hay otras leyendas que sin tanto éxito derivan en argumentos razonables. Una cuenta que se empezaron a odiar por la posesión de la tierra. Otra que debían dirimir la gobernación de un territorio que empezaba a ser más rico y superior a otros. Otra narración hace hincapié en que optaban al acceso de  una mujer. Fuera la razón que fuera, las leyendas parecen insistir en la lucha por la propiedad, donde ni el cielo ni la tierra ni la expansión ni el otro género estaban libres de la avaricia y la posesión del patriarcado que se avecinaba".

De esta forma sitúa en su prólogo el divulgador e investigador de mitos Alessandro Pitti su obra El combate de los ciegos. Bajo una forma de narración a la antigua usanza, se van aportando diversas tradiciones orales sobre el origen de la violencia en el mundo. Lo que el Génesis presenta como un texto cerrado donde el mal es anterior al primer enfrentamiento entre hermanos, lo cual justificaría todas las desgracias que acarrean a los hombres por su desobediencia al Superior, en otras historias que han permanecido menos conocidas se insiste en el afán innato de la propia naturaleza de la especie que se va auto erigiendo en dominante. En la presunción por su dominio, en los oscuros orígenes del acceso al reparto de los bienes más primarios o simplemente en la reacción ante el azar que la brutalidad de los elementos de la naturaleza desencadenaron, se encuentran varios de los enfoques que corrían por zonas del próximo Oriente o del Creciente Fértil desde los tiempos del Neolítico, pero principalmente arraigados con la consolidación de las primeras sociedades urbanas.

Tema complejo y discutible, Alessandro Pitti sabe de sobra que los elementos de las primeras violencias humanas no pueden aclararse tanto con análisis históricos o antropológicos como en el desarrollo de nuevas disciplinas que estudien las conductas de la naturaleza humana. No obstante, se recrea en la recolección de diferentes versiones y en una parte del libro se centra en lo que supuso la mujer como objeto de disputa. "¿Cómo es posible  -se pregunta el autor-  que siendo considerada como agente fundamental de la fecundidad humana, pasara la mujer a ser tenida por objeto de intercambio, de pugna o simplemente de desplazamiento de otras funciones?" Y él mismo se responde: "Tal vez los hombres necesitaban el enfrentamiento como forma de cortejo. Selección de las especies a través de la eliminación del adversario. La mujer vería con buenos ojos al más fuerte, al que le proporcionara seguridad y garantizase la manutención del clan familiar. Pero esto podría producirse ya antes de las ciudades, en largas épocas del nomadismo y de los cazadores recolectores. Pensemos que en aquellos orígenes la mentalidad humana residía en la supervivencia y el mecanismo biológico dictaba las normas. Los lectores se preguntarán: ¿Y el amor? El amor es un invento tardío, que incluso no está clarificado y la organización social moderna considera secundario".

Particularmente pienso que el profesor Pitti se hace un lío cuando emite opiniones poco fundamentadas, pero por la belleza imaginativa de su desarrollo novelesco se pueden perdonar las confusiones, las faltas de rigor científico y las dudas no resueltas. El libro aparecerá en julio en la editorial El hijo de Caín, y en el mismo se mostrarán fotografías de cuadros que representan la violencia primitiva entre los hombres. Como el cuadro que reproducimos aquí del simbolista alemán Franz von Sturck titulado La lucha.




17 may 2013

EpiKuro
























K. dice:
"¿Qué es olvido? Carecer de experiencia.
¿Qué es memoria? Construir los acontecimientos".




(Imagen cedida por Marváz)