"...Yo solía ver cada día aquella estampa de un viejo calendario en la pared de la cocina. El fogón crepitaba y a la luz de los rescoldos los efectos de la lámina se pronunciaban hasta alterar las caracterizaciones de los personajes. Según la intensidad de la lumbre el rostro melancólico del monje perdía su tristeza y la cara compungida de la beata se transformaba en un haz de luz que la transportaba. Cuando mi padre se había quedado dormido sobre la mesa, harto de aquel tinto peleón de la última cosecha, y mi madre, algo amodorrada también, se ocupaba con escaso garbo de los últimos quehaceres domésticos de la jornada yo permanecía absorto en la imagen. Envidiaba principalmente la variedad de fruta, algo no siempre conocido en la modesta pitanza de mi familia. Imaginaba que la copa de moscatel se me ofrecía y la cataba como cuando haciendo de monaguillo probábamos a hurtadillas el vino del cura. Más allá de aquel mantel blanco, las imágenes se me revelaban misteriosas. Que los rostros mutasen me resultaba cosa de brujas, pero que me pareciera advertir que las manos del clérigo y de la mujer gesticulaban inducían en mí una desazón a la que no lograba acostumbrarme. Una noche apareció por casa mi hermano mayor y me pilló abstraído frente a la hoja del calendario. Ah, pillo, me dijo, no le quitas ojo, ¿eh? Solo acerté a responderle: son las uvas, esa fruta y la comida que tiene que haber en la parte del mantel que no se ve. Él rió, y echó un pulso a mi inocencia: Siempre lo que más nos atrae es lo que no se ve, por eso conviene catar primero, así sabemos no solo si está en su punto el fruto sino si se conserva nuestro apetito. Yo no entendí aquello sino al pie de la letra. Después de tantos años no tengo delante la vieja lámina. Pero soy capaz de describirla palmo a palmo, aunque ahora falten las luces del fogón."
Fragmento de La tentación frutal, de Capernius Gotenberg hijo, basada en el cuadro El monje y la beata, del pintor Cornelis Cornelisz van Harlem.
Excelente relato. Un abrazo.
ResponderEliminarSe agradece tu paso y que compartas silla, Alfredo. Un abrazo.
EliminarUno busca siempre ver un poco mas allá de nuestra mirada.
ResponderEliminarSaludos
La retina, ese túnel del tiempo en dos direcciones...
EliminarNo conocía la pintura...me asombra que no haya sido censurada en su momento!...el texto, impecable...casi se podría ver la pintura sin necesidad de la imagen!
ResponderEliminar=)
Hala, Neo, bueno, te creeré. Yo tampoco la conocía, en la red aparece de todo y lo bueno es seguir un hilo. París bien vale una misa, etcétera.
EliminarMuy buen texto. Gracias por traerlo aquí. Cornelis Cornelisz van Harlem es un extraordinario manierista que anticipa algunas deformaciones que podrían inspirar a Botero.
ResponderEliminarTe deseo una feliz navidad y que el año 2014 sea mejor de lo que puedas imaginar.
Francesc Cornadó
Pues creo que buscaré textos sobre dicho pintor, quiero saber algo más que lo que ofrece ese...¿bodegón?
EliminarViva el humor, malgrè de...
Gratos deseos siempre, Francesc.
Vaya con el calendario! Aunque mucho mejor que esos de voluptuosas chicas desnudas que solían tener mecánicos y carpinteros, como afirmando su hombría o maldiciendo sus monótonos trabajos, no sé...
ResponderEliminarMuy pocos calendarios pre-Pirelli y Pirelli tienen la gracia, la calidad y la ironía de esa pintura. Por cierto, no conozco un ambiente laboral, carcelario o deportivo donde no aparecieran recortes de revista o calendarios de las "voluptuosas" (Fiat voluptas tuam, parodiando)
EliminarDelicioses la pintura, la lletra i les fruites: enceses per la flama de la llar, esdevenen matèria espiritual.
ResponderEliminarUn cuadro sorprendente, donde lo espiritual se mueve entre los pucheros de las emociones y de los instintos.
EliminarNo sabía nada el fraile sobre alimentos que nos has de comer. Me quedo por tu blog y te animo a que visites el mío.
ResponderEliminarSaludos navideños
Eso esta hecho. Entre esta mesa y la que tú nos ofreces en el blog hay cierta distancia, ¿no crees?
EliminarGenial tu relato, yo misma pude apreciar la lámina y a ese inocente niño contemplándola.
ResponderEliminarSaludos.
Hay imágenes de lejanos tiempos que nunca se van de la cabeza, ¿no crees?
EliminarTiene usted un gusto exquisito para elegir textos e imágenes, permítame que se lo diga.
ResponderEliminarTe lo permito (el usted no te lo permito) pero sigue la pista hacia atrás, para adentrarse en la mente del que ha elegido los textos y de las imágenes...
EliminarHe podido recordar una escena familiar que fue recurrente, especialmente en verano, a la hora de la siesta, tras esas comidas acompañadas de porrón, en las que los mas pequeños no podíamos dormir y nos quedábamos absortos en los más variados pensamientos sobre todo aquello que íbamos descubriendo.
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada y esta genial idea de fundir relatos con artes visuales, me quedo con tu permiso por aquí para seguir leyendo y viendo
Agradezco tu recuerdo-experiencia...y no es frecuente que alguien recuerde a estas alturas nada menos que ese objeto tan digno como espectacular que era el porrón. A los niños nos dejaban beber un poquito de cerveza con abundante gaseosa...una delicia en verano. Quédate por aquí y trata de coger el punto a este territorio de K. La silla es tuya.
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