2 mar 2013

No te levantes, de Diomeronte Amargo




A menudo me pregunto por las inverosímiles posturas del cuerpo ante la lectura. Ya no sobre los espacios, pues doy por entendido que todos los espacios donde se dé el requisito indispensable de algún tipo de luz son propicios. Paisajes exteriores y estancias íntimas pueden ser lugares idóneos a la hora de leer. También los paseos de álamos y los asientos del transporte público. Alguno de mis amigos confiesa que sus escapadas al retrete son muy fructíferas, no solo en el sentido del desalojo intestinal. Y sé de alguno, de profesión oficinista, que en los tiempos entre trabajo y trabajo tiene un libro abierto en el cajón de su mesa. Conozco gente que lee entre la muchedumbre y el ruido, donde se concentran mejor que en la soledad apartada. ¿No es el mero hecho de leer un elemento aislante?

Dolores Inca es una mujer tan inquieta en la lectura como en el amor. Esa manera de ser la lleva a un enfrentamiento íntimo permanente entre dos pulsiones. Cuando lee suele sentir los ardores del deseo de una manera inopinada, sin que el texto en sí haya sido el agente activo de sus efluvios. Por el contrario, cuando se encuentra con un hombre se desorienta y las caricias que recibe la conducen a un deseo impetuoso por narrar a su amante ocasional alguna de sus lecturas, ignorando el ejercicio sexual al uso. Ella desconoce las causas de ese contraste desubicado de sus necesidades. Ha desoído a su vez a cuantos le han aconsejado la consulta a un curandero de la mente. ¿Existe ese espécimen? ¿Puede acaso la mente curarse de sus propios flujos de temperamento y pasión?, llega a decir a una amiga confidente que le ha sugerido un tratamiento. Sin embargo Dolores no tiene ningún complejo especial ni se siente frustrada en la percepción de sus placeres solo por esa manera suya de manifestarse. Más bien cree que cuando está con un hombre aporta un incentivo y un descubrimiento a éste, si bien no siempre le es reconocido.  

En síntesis ésta es la clave de la novela corta de Diomeronte Amargo, No te levantes. Corta como en la mejor tradición de la nouvelle o de la novella, pero precisa. No voy a desvelar más, porque sería violar el espacio de la trama, pero sí sugerir que ese punto de partida de la condición personal de la protagonista lleva a un desarrollo que avanza de sorpresa en sorpresa. Cuando uno termina de leer el relato tiene la sensación de que también ha cambiado algo en su percepción tradicional de la lectura y, cómo no, de los cánones acerca del encuentro amoroso. Editada por El pozo sin fin, con una portada fascinante del ilustrador Bebo Sanchís.




(Imagen de Eric Marváz)    



5 comentarios:

  1. Muy buena síntesis del tema central.

    Respecto a tu pregunta, te adelanto que no sé la respuesta, pero quisiera añadir un pensamiento igualmente innecesario "nadie puede morder su propio codo".

    Un abrazo

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    1. Naturalmente, Rick, pero eso nos lleva a: alguien habrá mordido el codo de otro. Posibilidades, solo cálculo de posibilidades.

      Un abrazo.

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  2. Codo, codo... piel que se engrosa para adaptarse, marcas de apoyos continuos, estimuladores para el remodelamiento de nuestra piel en los codos... algo parecido a volverse mas resistente a las decepciones amorosas, a lo que dicen por ahí que se endurece nuestro corazón..

    Me gustó tu blog! ahora quiero leer "No te levantes"...

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    1. Me haces pensar, me llevas, a considerar el simbolismo del codo. Se habla poco de él, pero a poco que reflexionemos veremos qué necesario resulta y qué poder de sujeción y tenacidad posee.

      Pues sigue leyendo donde te plazca, Romy.

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